“La realidad radical que habíamos encontrado, para en ella hacer pie firme, es la vida humana, la de cada cual. Y dijimos primero de ella lo más abstracto, lo menos remoto de la terminología tradicional, a saber: que era la coexistencia del yo con las llamadas cosas, el mutuo existirse del hombre y del mundo. Luego, lo que hemos hecho ha sido precisar un poco la comprensión de esa realidad, diciendo que ese coexistir o mutuo existirse, ese recíproco serse del hombre y el mundo, no es una cosa, sino que es acontecimiento, en un sentido tan radical que no podemos aceptar, formando parte de esa realidad que es la vida, nada yacente, quieto, y que tenga un ser estadizo. Yo no soy una cosa (…) Yo no soy mi cuerpo, yo no soy mi alma” (Ortega y Gasset(1)).
Y es así porque “cuerpo” y “alma” son realidades estables, configuradas, como lo sería el “río” que, sin embargo, ya advierte Heráclito que no es posible bañarse dos veces en el mismo. También el “cuerpo” y el “alma” fluyen.
[1] Ortega y Gasset: “Sobre la razón histórica”, O. C. Tº 12, Madrid, Alianza, 1983, pp. 205-206.