La gente corre, tiene siempre mucha prisa, se le ocurre una pregunta y necesita una respuesta inmediata, instantánea, nos creemos Google y no lo somos. Lo bonito de ser humanos es la capacidad de debatir, de decir que si mientras otro enfrente te dice que no y ambos argumentamos sin necesidad de tener el móvil de la mano. Nos hemos acostumbrado a ser categóricos, un poco soberbios: si tenemos batería tenemos también la respuesta correcta de la mano, y es falso. Porque la vida no es tan objetiva como un motor de búsqueda ni tenemos todo el conocimiento tan perfectamente etiquetado. Somos imperfectos, inseguros, seres llenos de dudas que no necesitan siempre la respuesta correcta sino la posibilidad de compartir su incertidumbre, ¿lo estoy haciendo bien? ¿Cuál es la mejor opción para dar respuesta a mi problema? ¿Me escuchas? Quizás es esta última pregunta la que tiene la clave de todo. En un mundo tecnificado, rápido, fragmentario… se nos ha acabado el tiempo para escuchar porque siempre tenemos prisa.
No escuchamos a los niños que piden jugar aunque se conformen con una pantalla, ni a los jóvenes que no saben cómo pedir consejo y se encierran en su otro yo digital -menos complicado, más social-, ni a nosotros mismos que tiramos y tiramos sin saber realmente hacia donde vamos. Vamos a parar, por favor. Paremos para no ir tan rápido que en el momento que se te pasa por la cabeza lanzarte por la ventana porque no puedes con algo que te està pasando, lo hagas. Y entonces seas el caso 324 de una ciudad pequeña como Salamanca que esconde los suicidios porque socialmente no están bien vistos, porque no sirven para las campañas electorales ni para comenzar otra campaña, más importante todavía, que nos invite a tener tiempo para escuchar al otro que lo pasa mal y busca en Google sin encontrar nunca la respuesta.
No somos Google. Somos frágiles, imperfectos, sociales. Nos necesitamos. Vamos a dedicarnos tiempo.