HACE UN AÑO, una dirigente socialista, bien informada siempre, me dijo: "Gabilondo será candidato, no te quepa la menor duda". Y no la creí, bien es cierto que ella pensaba más en el Ayuntamiento de Madrid. Pensé que era una idea irrealizable, inverosímil. Pero no porque el exministro no fuera un buen aspirante, todo lo contrario, sino porque me parecía inconcebible que alguien osara plantar cara a Tomás Gómez dado el enorme poder interno que había conseguido. Un poder más aparente que real, visto lo visto. Zapatero, a través de Trinidad Jiménez, ya lo había intentado y el experimento acabó fracasando. Y también la exministra era una buena candidata.
¿Es mejor cartel Gabilondo que Gómez? Por supuesto que sí. Ahora bien, ¿qué necesidad tenía Pedro Sánchez de aguardar hasta el último minuto para dar este golpe? Golpe de mano, de autoridad, de fuerza o de lo que se quiera, pero golpe al fin y al cabo. ¿Tanto presumir de democracia interna y del tan cacareado proceso de primarias para acabar imponiendo su santa voluntad? Sánchez, como Rajoy, tampoco ha podido evitar la tentación de utilizar su 'dedo divino'. En política las formas también cuentan. O así debería ser.
En los mentideros madrileños muchos sabían que la 'operación Gabilondo' se estaba cociendo a fuego lento desde hacía tiempo. La sorpresa ha sido que el desembarco haya tenido lugar en la Comunidad. Resulta fácil colegir que el candidato exprés insuflará un nuevo hálito en el alicaído PSM y que sus resultados electorales serán sin duda mejores. ¿Pero a qué precio? ¿Saltándose las normas? Definitivamente, las primarias se han quedado en una pose o, lo que es peor, un paripé. Por cierto. Una semana, apenas una semana, ha bastado para comprobar que el aparente enorme poder interno que atesoraba Gómez se ha disuelto como un azucarillo. ¿Dónde están ahora los leales compañeros que lo han paseado bajo palio durante años? ¿Dónde aquellas lealtades inquebrantables? La política tiene designios que el común de los mortales no acierta a entender. El ordeno y mando nunca fue una buena solución. Por mucho barniz democrático que se le quiera dar. Dicho lo cual, ojalá que la lección del profesor Gabilondo sea tan magistral como se espera de él.