Tengo la enorme fortuna de tener grandes amigas y amigos como personal docente tanto en la formación profesional como en primaria y secundaria y ello me permite tener un punto de vista de afortunada espectadora de cómo se está moviendo la gente joven dentro de las aulas. Aparte y como ciudadana que mira el mundo que nos rodea, veo cómo se mueven por las calles y cómo se comportan entre ellas y ellos.
Sabemos que la escuela junto con la familia y los grupos de iguales son potentes agentes socializadores cada uno en su ámbitos. Así mientras las familias son los agentes primarios y donde se reciben los primeros mensajes socializadores de cómo han de comportarse en el mundo las niñas y los niños y qué se espera de ellas y ellos en función de su sexo biológico, en la escuela teóricamente ese condicionante desaparece puesto que se trata a todo el alumnado por igual. Y el trato en función de si se es niña o niño vuelve a aparecer en los grupos de iguales, sobre todo cuando las hormonas comienzan a aparecer. Después están los mensajes que reciben de los medios de comunicación y en otra dimensión quedan los de los credos religiosos. Se puede afirmar que estos son los principales ejes socializadores que actúan sobre las personas.
Sabemos la velocidad con la que crecen las criaturas y cómo de rápido les toca aprender a vivir y a descubrir el mundo. Sabemos, también, que con las nuevas tecnologías nuestra juventud está hiperconectada tanto entre sí, como con el mundo y que, por tanto la información la tienen al alcance de un click. Y cuando hablo de información no sólo me estoy refiriendo a la que generan los medios de comunicación convencionales o digitales, me refiero a la que también ellas y ellos generan.
Hay informes que ya relatan cómo desde tempranas edades y con la ayuda de un móvil están colgando su vida en redes sociales o en grupos de amigos en chats. Y su vida, por supuesto incluye fotos.
Como ya he dicho en muchas ocasiones el patriarcado se reinventa de mil maneras para continuar ejerciendo su poder y mantener sus privilegios y para ello se sirve, cómo no, de los agentes socializadores aunque de unos más que de otros.
Los medios de comunicación, especialmente la publicidad, está transmitiendo una imagen de mujer muy joven, casi niña, hipersexualizada como patrón de mujeres perfectas. No importa que sea un modelo insano para la salud de las mujeres y especialmente de las más jóvenes. No importa que ese patrón lo estén intentando copiar niñas cada vez más jóvenes. No importa que en el camino de sus vidas se quede cada vez más tempranamente toda la inocencia a la que tienen derecho y que su crecimiento se acelere cada vez más rápidamente. Todo eso no importa. Lo que importa es satisfacer los deseos del patriarcado. Un patriarcado que también se sirve de los niños para despertar antes sus hormonas y sus ganas de ser machos alfa de forma más temprana. Si mezclamos estos ingredientes y le añadimos la necesidad de compartir en redes sociales sus vidas y logros cotidianos nos encontraremos con situaciones de nuevos tipos de violencias en las aulas que ya se están produciendo sobre todo con las niñas.
El sexting y la sextorsión son dos delitos en alza en nuestras aulas y cuando se descubren por parte de la familia o del personal docente y orientador de los centros escolares el daño puede ser ya irreversible para la víctima. Las ganas de ser mayores antes de tiempo suele gastar malas pasadas y luego cobrarse facturas muy altas en las víctimas.
La estigmatización de las víctimas es la principal consecuencia de estos actos que son parte de la violencia estructural que generamos cada día y que la viven las personas más vulnerables: mayoritariamente las niñas.
Existen ya estudios tanto a nivel europeo como español que alertan sobre la importancia que están cobrando estos delitos en la red y que están afectando a nuestra juventud. Y lo que es peor, alertan sobre la poca importancia que todavía dan las familias a estos hechos que pueden desencadenar graves consecuencias para las víctimas.
Y ante esta situación cabría preguntarse ¿Qué modelo de juventud estamos construyendo? ¿Un modelo en donde el culto al cuerpo y la competencia continuada y por todo, sobre todo por crecer les impulsa a contactar con alcohol, tabaco y drogas cada vez a más tempranas edades? ¿Un modelo en donde las familias en ocasiones nos desentendemos de la función educadora por falta de conciliación de vida laboral y familiar? Y que conste que cuando hablo de conciliación hablo de madres y de padres, puesto que la educación al igual que la conciliación ha de ser una cuestión de ambas partes de la pareja y no sólo de las madres, a quienes socialmente se culpabiliza de estas cosas por su incorporación al mundo laboral y se tiende a eximir a los padres por “estar trabajando”.
Las familias han variado mucho en poco tiempo. El modelo de familia convencional ya no es el único y hemos de asumir con normalidad que ambos miembros de la pareja han de educar por igual. Y es su responsabilidad compartida el cuidado y protección de las criaturas que han decidido tener u adoptar.
La adolescencia actual en demasiadas ocasiones carece de bases educacionales firmes y se permiten actuar como si fueran personas adultas en muchos sentidos. Y no lo son.
Y no ayuda a mejorar la situación la ruptura de la alianza tradicional entre familia y personal docente. Al fracturarse esta alianza, se rompieron también las estrategias comunes de transmisión de valores para la construcción de sistemas sólidos de pensamiento y valores humanos. Y habrá que repensar cómo afrontar esta situación.
No un problema baladí el hecho de que nuestra gente adolescente carezca de herramientas adecuadas para afrontar sus vidas todavía inexpertas. No es un problema que afecte sólo a la escuela y a las familias. Es un problema social, puesto que estamos robándoles su derecho a una infancia y adolescencia feliz y protegida.
El mundo que les mostramos es el que pretenden copiar desde su inexperiencia y quizás les estemos condenando de antemano a ser víctimas no sólo de depredadores sexuales en las redes sociales y entre sus iguales. Quizás a lo que les estamos condenando es a una competencia desmesurada en aspectos que pueden ser triviales y que lleven aparejada una megalomanía por lo fútil e inmediato, olvidándonos que la construcción de valores de personas es una tarea ardua, trabajosa y larga en el tiempo.
Algunas cosas estamos haciendo mal como sociedad cuando escuchamos decir a una niña de once o doce años que “habrá que dejar algo para cuando seamos mayores”. Alguna cosa estaremos haciendo mal cuando esa niña para ir a su escuela o instituto ya lleva maquillaje, tacones y aparente tener bastantes más años de los que tiene. Alguna cosa tendremos que cuestionarnos cuando la prioridad de esas niñas no son sus estudios sino gustar a toda costa a los chicos mayores del instituto. Y, algo tendremos que hacer para que sobretodo esas chicas, aunque también hay chicos, no acaben siendo víctimas propiciatorias de depredadores sexuales, aunque estos sean casi tan jóvenes como ellas y se sirvan de las nuevas tecnologías para hacerlo.
Tenemos, como sociedad, mucho trabajo por delante. Cada cual desde su posición deberemos ponernos manos a la obra para, desde el respeto y la tolerancia, dejarles tiempo para crecer.
Ben cordialment,
Teresa