“Las palabras que no van seguidas de los hechos, no valen para nada” Demóstenes
Ha llegado el día del parto, solicito el acompañante de la futura madre, el compañero, y de repente me encuentro con la frasecita: esperare fuera, no soporto verla sufrir. Esta es una de esas pobres frases que chirrían como una puerta oxidada. Le informo de que puede estar junto a su esposa, sentado a su lado, aún faltan horas para el nacimiento, pero él rechaza mi propuesta, insistiendo que, por el bien de ella, esperará fuera.
Suele decirla con la respiración acelerada, la mirada al suelo y los brazos crispados, cruzados sobre el pecho. El mismo pecho que sirvió de consuelo y apoyo para los días bajos de su compañera.
La poderosa mirada masculina, de algunos hombres, domina el universo femenino de embarazos y partos con frases impostadas. Una sentencia afilada envuelta en ternura que viene a decir: Tanto la amo que su sufrimiento me supera, me anula, me mata y estoy fatal. Ella está de parto y él, fuera, lo pasa francamente mal. Salvaje paradoja.
Lo más triste de todo es contemplar el rostro resignado y la voz lastimosa de la esposa justificándolo: Pobrecillo, lo pasa muy mal, no lo soporta, no tiene espíritu para estas cosas.
Y yo me pregunto: ¿Y si fuera al contrario? ¿Aceptaría un hombre estar solo en el hospital con un dolor agudo? ¿Qué diría su madre, su familia, los amigos y hasta el personal si la esposa rehusara estar con su marido porque no soporta verlo sufrir?
Son una de tantas trampas del lenguaje, sutiles y envenenadas, que escuchamos con frecuencia. Curioso y tremendo a la vez.
Sus palabras logran una pátina empática que quien los oye cae rendido ante su indulgente excusa, sobre todo el espectro femenino; hermanas, suegras, cuñadas, madres; que rodea a la futura madre. Muchas veces me pregunto ¿por qué las mujeres justificamos esas solemnes tonterías? ¿Por qué?
Lo curioso es que a veces hasta bromeamos ante el hecho de que un hombre vista el comprensivo traje de la debilidad y la cobardía mientras ella, su compañera del alma, su amada esposa, su valiente mujer, estará sola. Puede que le acompañe una figura familiar, cariñosa, femenina. Poco importa. Porque lo que ella desea es a su pareja, esa pareja a la que seguro, segurísimo, si algún día la necesita, ella no dirá: Estaré fuera, porque no soporto verlo sufrir.
Por suerte, cada vez hay hombres, personas, que están donde tienen que estar.