Revista Cultura y Ocio

No soy capaz de mandar a la mierda los cuartetos de cuerda de Shostakovich

Por Calvodemora

No soy capaz de mandar a la mierda los cuartetos de cuerda de Shostakovich
Poseo la suficiente información como para no desear recibir ninguna más. Entra en mis cálculos que una brizna más de datos colapse mis entendederas y se venga abajo todo el sistema sensible. Estoy por decir que incluso no sabría si la información que almaceno me es enteramente útil, si puedo prescindir de una parte y habilitar el espacio recién desalojado para que ingrese información nueva. Eludiré todo tipo de información irrelevante, me esmeraré en seleccionar solo la que de verdad aprecie, la que me haga sentirme más feliz o más infeliz, pero comprometiéndome, involucrando la parte de mí que suele no involucrarse nunca. En adelante, suprimiré toda la información bursátil. Apartaré igualmente la que concierna a la política. Liberado de esas dos cargas, es posible que considere la posibilidad de renunciar al suplemento cultural. Después de haber tenido la valentía de dar la espalda a todas esas cosas que antes me parecían interesantes o que incluso me producían un reconforte espiritual maravilloso, no me costará trabajo pasar por alto toda la información deportiva. Viviré un tiempo a salvo de cualquier noticia. Rehuiré a quien se sienta autorizado a facilitarme todos esos datos que ya no contribuyen al sostenimiento de mi ocio. Creo que lo fortaleceré paseando. Me acoplaré mis cascos y escucharé música clásica. Imagino que incluso podría pasar de la música clásica. A la mierda Shostakovich. Fatigaré las calles sin que nada me distraiga. Llegado el punto de que la realidad me confunda, puestos a que me incomode el ruido de los coches o toda esa turbamulta de adolescentes que consideran suyas las aceras y las recorren atropelladamente, sin miramientos, prescindiré de los paseos. Nada como una vida de retiro doméstico. Me refugiaré en casa. Volveré a degustar aquellos viejos placeres de antaño. Dormiré largas siestas. Me asomaré al balcón y miraré cómo el cielo, a lo lejos, brama o grita o se rompe en pedazos para que la luz lo inunde todo y mis ojos estallen de júbilo. No sé cuánto tiempo podré soportar esta ocurrencia minimalista mía. Si en una semana estaré para que me encierren o si serán dos. Porque creo que nada de lo que acabo de decir es una buena idea. No lo es en absoluto. Creo que voy a darme un chute de noticias. Un poco de prensa digital, unos blogs de gente interesante, una sesión de facebook para ver qué dicen todos mis amigos. Me demoraré en todas esas fotos de sus viajes, en la enumeración morosa de lo que han hecho desde que se han levantado y cómo han resuleto los viejos problemas irresolubles de los cuales todavía yo no he podido desembarazarme. Escucharé, extasiado, en sinfónico arrobo, cualquier cosa de Shostakovich, los cuartetos de cuerda siempre me emocionaron, o un poco de jazz de la Verve o uno de esos discos estupendos en directo de Emerson, Lake and Palmer con los que, hace años, probaba la contundencia sonora de mis altavoces, su punch decibélico.

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