Por Lic. Néstor Rabinovich Los reproches anclan en el pasado, generan resentimiento y pueden llevar a la empresa familiar al fracaso. No se trata de repartir culpas, sino de aprender del error y de plantear alternativas a futuro.“Nos sos vos, soy yo”. ¿Cuántas personas han terminado una relación de pareja con esa frase? Su objetivo es hacer comprender al otro que la decisión de no continuar juntos se debe a circunstancias propias. Aunque pocos crean el argumento, intenta evitar herir el amor propio de la otra persona. Sin embargo, en las empresas familiares, muchas veces se invierte la frase: “No soy yo, sos vos”. Es decir, la meta es dejar claro que lo que no funciona correctamente se explica por lo que el otro hizo mal. Así, escuchamos frases duras:“Si seguimos con tus ideas, nos fundimos”
“Te dije que no le vendieras a est cliente, no me diste bolilla”
“Te lo dijo el contador y hacés la tuya. Hacete cargo”
“¿Otra vez le dejaste pasar el pago?”
“Ese proveedor no sirve, pero te gusta manejarte solo. Ahora pagá las consecuencias vos”
La lista puede ser eterna. Entonces, ¿cómo evitar llegar a este punto?
Los reproches y el pasado
El reproche suele remitir al pasado. Es una queja por lo que el otro hizo mal, o diferente a nosotros, y sin éxito según nuestra visión. Apunta a quedar anclados al pasado, sin promover la construcción de una nueva alternativa. Por lo tanto, no propicia aprendizaje y mejoras. Además, el reproche se asocia a un ataque personal, que despierta resentimiento, genera desgaste y desaliento. En los negocios, estanca el negocio y desarrolla aislamiento. A diferencia del reproche, una crítica que ofrece cursos de acción posibles es una gran oportunidad para desarrollarnos de modo positivo. Se trata de pensar cómo hacemos para que algo no vuelva a ocurrir, con una orientación al futuro.
Criterios de costo-beneficio
Vivir en el reclamo, sin asumir responsabilidades compartidas, nos hacer perder un criterio central en los negocios: las decisiones tienen que manejar ejes de costos y beneficios, que podamos medir con alguna racionalidad compartida. Es necesario tener claro lo que ganamos y perdemos, y medir resultados para orientar nuestra dirección. La falta de propuestas a futuro, que incluyan resultados esperables, nos deja a merced de la arbitrariedad y de juicios de valor, sin criterios de negocios. En este sentido, el mejor antídoto para darle un eje racional al manejo de los temas es la dirección participativa por objetivos. En ese camino, vamos a poder evaluar y medir la gestión de cada uno, más allá de la subjetividad individual.
Manejo de conflictos
Es importante comprender que lo bueno para la empresa es también positivo para la familia, aunque en el corto plazo la vivencia interna sea la contrario. La capacidad para administrar los conflictos es clave para no caer en círculos viciosos donde todo termina en reproches mutuos, que no redundan en mejoras. Liderar las relaciones internas, la comunicación y el manejo de las diferencias es el método para evitar situaciones que luego no tienen retorno. Muchos conflictos escalan a niveles altos porque lo que se pone en juego es el amor propio y el poder personal, más allá del tema en cuestión.
Padres e hijos
Las diferencias generacionales son naturales; el problema es cuando éstas se tornan irreconciliables. Entonces, se utiliza cualquier ámbito y oportunidad para adjudicar al otro los motivos de las fallas. Se transforma en un deporta que consiste en adjudicar todas las dificultades y decisiones que acarrean problemas a la visión supuestamente equivocada de la otra generación. La incorporación de los hijos presupone de ambas partes admitir que desde ese momento se compartirán visiones, que no son contrapuestas, sino que la habilidad principal está en lograr integrarlas, y aprovechar lo que cada uno tiene para aportar, así como saber renunciar a la creencia que “lo mío es lo mejor y lo único”.
No se trata de repartir culpas, sino de aprender del error con miras a un futuro que concrete los sueños de la familia empresaria en el tiempo.
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