No normalices un colchón incómodo, una silla rota o un foco quemado. No se trata de lujo, sino de dignidad.
No te acostumbres a la casa desordenada, al ruido constante, al calor que sofoca o a la humedad que enferma.
No te resignes al café frío cada mañana, al almuerzo apurado, a comer solo mirando una pantalla.
No te acostumbres a la ausencia, a los mensajes sin respuesta, a relaciones tibias que no suman, a amistades que no están.
No te convenzas de que el cansancio perpetuo es normal, que dormir mal es parte del «progreso», que llorar en silencio es fortaleza.
No justifiques el maltrato solo porque viene de alguien que «también sufre».
No te acostumbres a la oficina gris, al liderazgo injusto, al «así es la vida», a un trabajo de constante estrés.
No te acostumbres a que tu mundo se vuelva pequeño, a dejar de aprender, a dejar de soñar.
Cambiar no es un lujo. Es una decisión de respeto propio.
Porque mereces un espacio donde respirar, una cama donde descansar, una palabra que abrace.
Mereces un entorno que te aliente, un trabajo que no te quite la vida, vínculos que no duelan.
No te acostumbres a vivir mal.
Porque hay otra forma, y empieza por no aceptar menos de lo que necesitas para estar bien.
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