Nacemos con muchísimas capacidades, con muchas habilidades que esperan ser desarrolladas y explotadas, y así será según las circunstancias de cada uno al nacer: familia, entorno, cultura... Y sin embargo, no hay nada que nos prepare para la pérdida de un ser querido, al menos en el mundo occidental. Hay terapias post pérdida, ignoro si las hay también previas a que el terrible desenlace ocurra, cuando éste es obvio, que seguro que también las hay, pero... El luto tiene que vivirlo cada cual, y según el momento en que le llegue lo llevará de una manera u otra, lo que está claro es que para esto no hay reglas. Cuando pierdes a alguien importantísimo en tu vida necesitas que el mundo entienda cómo te sientes, que sean capaces de ponerse en tu lugar, de comprender tu pena y compartir tu pesar. Sin embargo, ahora que echo la vista atrás, me doy cuenta de que eso no es posible en absoluto. La empatía nos permite colocarnos en el lugar de otros, "wear their shoes", pero esto no es posible si hablamos de la pérdida de una persona fundamental en nuestras vidas. Nadie puede vivir el dolor del de al lado, y sólo podrá saber cómo se siente si, en su caso, ha perdido también a alguien con el mismo grado de relación. Y aún así, no es lo mismo. Entender esto me ha ayudado a no enfadarme con algunas situaciones o con lo que, en algún momento, he creído falta de consideración. Simplemente, no podían sentir como yo porque no son yo.En esto de llorar la pérdida de un ser más que querido, no hay reglas, aunque aquellos que pasan por el mismo trance establecen un tiempo aproximado de un año para que el pesar empiece a llevarse algo mejor. Justifican el año por aquello de que es el tiempo que necesitas para vivir sin esa persona cada uno de los momentos especiales que se repiten cada 365 días: cumpleaños, festividades, aniversarios... He de reconocer que, cada vez que me decían que así solía ser, me mostraba bastante escéptica. Sin embargo, así ha sido, más o menos. Pasada la barrera del año sin mi padre, sigo llorando su ausencia, aunque no sobre todo en los días "señalados", sino ante las pequeñas cosas del día a día. Soy capaz de pensar a diario en él y sonreír mientras en mi cabeza él me devuelve la sonrisa. Eso no quita para que no lo eche terriblemente de menos, que no siga pidiendo a quien quiera escucharme que me lo devuelvan, que sigo necesitando sus palabras, sus abrazos y sus ojazos. Eso no quita para que, de repente, con canción de fondo o sin ella, me eche a llorar cuando menos lo espero.Si no hay nada establecido en la manera de llevar el luto, lo que sí debería ser universal, siempre que las circunstancias lo permitan, son las despedidas de las personas que tanto significan para nosotros. Y no, las despedidas no son exclusivas para las últimas horas que compartes con ellos, las despedidas han de valernos para cada día. ¿Sabéis eso de "nunca te vayas a dormir enfadado con aquellos que quieres"? Pues eso mismo. Deberíamos tenerlo como ejercicio cada noche: arreglar lo que se ha fastidiado, y si el ambiente no lo permite, al menos no cerrar los ojos sin haberle dicho a nuestros allegados que los queremos, a pesar del día gris, de nuestro mal humor o el suyo. Nunca sabemos cómo será la mañana siguiente. No podemos adivinar si seguiremos con nuestra aparente comodidad sentimental o la muerte nos arrebatará a quienes más amamos para no devolvernos sus sonrisas nunca más. Estas cosas se nos escapan. Pero lo que sí está en nuestras manos es el vivir sabiendo que nuestros seres queridos saben todo lo que queremos que sepan sobre nuestros sentimientos hacia ellos, el no guardarnos nada que luego ya nunca podamos decirles. Cada día es buen momento para tararearles una canción que les encante, para decirles mil veces "te quiero" hasta que nos hagan callar (con una sonrisa disimulada de satisfacción), para leerles un rato uno de sus libros favoritos, para conversar unos minutos sobre lo divino y lo humano o llamarlos con cualquier excusa tonta sólo para oír su voz, para abrazarlos fuerte, para volverlos a abrazar, para besarlos, para mirarlos fijamente y retener toda esa vida en sus miradas... Siempre es buen momento para escribirles una carta, que empiece con cualquier excusa y que acabe siendo una declaración de amor y admiración en toda regla.Yo tuve la suerte de poder hacer todo eso porque mi padre tuvo la mala suerte de padecer una enfermedad cruel que, un buen día, se lanzó a llevárselo del todo y lo apagó poquito a poco a lo largo de cuatro intensos días. Sé que soy muy afortunada porque pude aprovechar hasta el último segundo junto a él, porque no me callé nada desde el momento en que presentí que cualquier día no podría hablarle, y porque él tuvo la serenidad suficiente para ejercer de perfecto receptor de todo ese afecto. Es por eso, y porque en mi entorno tengo amigas que han sufrido pérdidas recientemente, o que ven que alguna de las personas de su círculo especial se apaga, que veo como una necesidad, como algo vital, el obligarnos a liberar nuestras emociones, expresar nuestros sentimientos y no dejarnos nada en el tintero, porque aunque no perdamos nunca la esperanza de que todo haya sido un mal sueño y que nuestra persona va a aparecer en cualquier momento por la puerta o nos va a contestar la llamada... la realidad es que no, que si se van es para siempre, que notaremos su presencia, nos perseguirá (con suerte) su esencia, pero jamás volveremos a estrecharlos entre nuestro brazos, ni a tenerlos delante cara a cara para decirles bien claro: NO OLVIDES NUNCA QUE TE QUIERO. HASTA LA LUNA Y VUELTA.No hay ninguna regla que ayude a aliviar el tiempo de luto, pero sin embargo, saber que lo has dicho y dado todo llena de calorcito el alma y te da para llegar hasta la siguiente estación a repostar combustible.¿Qué? ¿Ya les habéis dicho cuánto los queréis? ¿Ya habéis estrechado sus brazos y los habéis besado 100 veces hoy? ¿Ya les habéis cantado su canción? Venga, que aún estáis a tiempo. Sois muy afortunados.
CON M DE MAMÁ y L de LUTO