Revista Coaching
Esta semana he seguido adelante con un proyecto de coaching en el que llevo un tiempo trabajando de forma individualizada con el equipo directivo de una empresa en Guipúzcoa. De todos los procesos de coaching que hasta ahora he ejecutado, lo que más me llama la atención es la profunda humildad con la que los participantes deben afrontar su propio análisis de competencias.
Cuentan que una marchante de arte paseaba con su anciano padre por el barrio londinense de Chelsea. Entraron en una de las galerías que abundan por la zona y mientras la mujer conversaba con el galerista, el viejo, pese a que sufría una grave miopía, recorrió la exposición parándose en todos los cuadros y exponiendo en voz alta sus opiniones. A todas las obras les encontraba un pero.
Al terminar el recorrido se detuvo ante lo que él pensaba que era un retrato de cuerpo entero, y empezó a criticarlo. Con aire de superioridad dijo:
"El marco es completamente inadecuado para el cuadro. El personaje está vestido de forma muy ordinaria. El artista debió elegir a otro modelo. Este sujeto es vulgar y sucio como para retratarlo y enmarcarlo. Es casi una falta de respeto".
El viejo siguió con su crítica hasta que su hija se acercó y lo apartó discretamente diciéndole en voz baja: "Papá, estás mirando un espejo".
Mirarse al interior, y más que te miren otros, es algo muy duro. Necesario, porque nos marca áreas de mejora, pero duro. Un buen proceso de coaching lleva a la persona a dejar de pedir que cambien los demás y romper con la cobardía o la pereza que nos invade para dar el paso de cambiar él mismo. Pero mirarse al interior implica que quizá no te guste lo que ves.