Revista Cultura y Ocio

No te necesito – @LaBernhardt

Por De Krakens Y Sirenas @krakensysirenas

Hoy, si se pincha con un tenedor, llora. Lo sé porque cuando la pena la aplasta, viene a verme. Igual es que se siente en casa, porque curró aquí cuatro años…O que ha vuelto a verse con el gilipollas que la lleva puteando otros tantos. Me sé sus mensajes; los que ella le escribe, los que él le contesta; los desplantes, las respuestas secas a esas historias preciosas que ella le cuenta.
Me mira y lo disculpa, “tiene miedo, se agobia…no sé soy yo la que lo agobio”, dice, y yo me quedo pensando en cómo alguien que escribe tan bonita esta vida aburrida, puede agobiar a nadie.
Me sujeta firme y me lleva con ella. Paseamos sin rumbo y, como imaginaba, se derrumba.
“Ya sé que te dije que este finde no vendría a verte, ya lo sé, pero es que se ha anulado mi viaje”, le tiembla la voz, no me mira. Qué lista es, la jodida, cómo se sabe la teoría: ellos no deben “volcar” en nosotros la ansiedad, la tristeza. Somos, dicen, “esponjas recoge-emociones”. Yo tengo otra teoría, pero claro, a mí nunca me preguntan.
“Sé que debería decirle: no te necesito, no necesito tus putos mensajes. Ni tus mentiras de mierda. No te necesit…” y llora como sólo ella sabe llorar: sonriendo, quejándose de su puta estampa, abrazándome con la misma fuerza con la que lo hizo el primer día que nos conocimos.
Ese día, uf… a veces, lo recuerdo y lloro, fue cuando entendí lo que significa el peso de las palabras, qué cosas.
Yo siempre había escuchado esa expresión y me parecía la más absurda de todas las que se pueden emplear. Porque, seamos sinceros, pesa el hierro, pesa una cadena, pesa un saco de pienso, un kilo de pollo…pero ¿las palabras?, no.
Ellas, hasta ese día, flotaban en el aire, silbaban mi nombre, traían risas. Las palabras, en mi vida de antes, no pesaban.
Pero aquel día, de repente, me sepultaron: un “no te necesito”, a la hora del desayuno, me hundió en esta, mi nueva vida.
Entonces llegó ella, un hada. No, en serio, es un hada. Entró riendo, contando no sé qué, moviendo mucho las manos, la gente se alegraba de verla… Recuerdo que pensé: “qué chica más feliz”.
Recogió del mostrador un trozo de papel, mi “historial”, como lo llaman. Lo leyó y se le acabaron las sonrisas, me miró: “caballero, usted y yo tenemos una cita, ya mismo” y me sacó, sin más, de toda aquella mierda en la que me encontraba.
Caminamos en silencio y acabamos sentados en el árbol que, desde ese día, sería el nuestro.
Me sujetó la cabeza, suavito, y comenzó a llorar sonriendo: “¿sabes, preciosidad? hoy me han abandonado, igual que a ti. Ya ves, la vida nos ha jodido el mismo día y nos puesto en el mismo camino; el camino de los “No te necesito”, lo llamaremos”, y sonreía tan bonito que se me olvidaba que lloraba, que llorábamos, “Vamos a hacer algo, valiente: vamos a necesitarnos mucho, tú y yo, y a tomar por culo el mundo, ¿trato?”
De aquello han pasado ya 4 años. Mil paseos. Mil ilusiones, y otras tantas decepciones. Cuántos “¿y si este chico sí?” “¿Y si esta familia sí?”. Cuántos “bueno, otra vez será…” “Ya vendrá tu oportunidad”…
Hoy, el paseo ha sido largo, y mira que yo no estoy ya para muchos trotes, puta leishmania que me está consumiendo. Y ya me iba a meter en mi chenil cuando me ha llamado por mi nombre, ha tirado de la correa hacia ella, “vente a casa, Barney, adóptame tú a mí. Tengo un piso de mierda, al lado de las vías del tren. Por las mañanas estarás solo, pero te prometo muchos cuentos por la tarde. Y chuches. Y medio sofá. Vente conmigo. Te necesito”.
¿Y qué perro abandonado, en su sano juicio, le dice que no a un hada?

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