Revista Espiritualidad

No te pagamos para pensar

Por Joanillo @silosenovendo

NO TE PAGAMOS PARA PENSAR¿Les suena? Es una odiosa frase que repiten con insistencia muchos jefes autoritarios que no aceptan que por debajo de ellos pueda haber personas que aporten ideas. Parten de la premisa de que los únicos que saben hacer cosas son ellos mismos, y los subordinados sólo están para ejecutar –sin rechistar- las directrices que se les da. ¡¡Qué triste!!

Mi reflexión de hoy nace de un debate en linkedin en el que se proponía promover la reflexión como manera de aprendizaje. La cuestión es indiscutible: cualquier acción, incluso la más simple, nace de un pensamiento. ¿Cómo se nos ocurre inhibir el pensamiento de las personas? Es como relegar a los individuos a meros autómatas, entes sin materia gris que funcionan conforme a una programación interna y que nunca se cuestionan o se replantean lo que hacen.

En las empresas debemos evitar a toda costa caer en este error. Cualquier empleado tiene que tener la capacidad de proponer soluciones que mejoren los procesos que ejecutan, sabiendo además que él es quien mejor conoce el desempeño en su puesto de trabajo. La evolución de las organizaciones y la innovación nace de estos pequeños cambios que, casi sin darnos cuenta, vamos aplicando a nuestras rutinas cotidianas. Pasito a pasito, aportación a aportación, nos vamos moviendo de nuestra posición actual y buscando la diferenciación que nos conduce al éxito.

Pensar y reflexionar es una tarea capital en cualquier posición. Los jefes inteligentes fomentan esta capacidad e incentivan a quien propone ideas diferentes. Por contra, los jefes mediocres son los que creen que todo está inventado y que los de abajo solo están para hacer lo que se le manda (“los de abajo no tienen que pensar, solo tienen que actuar”)

Este tipo de planteamientos tenían cierta validez a principios del siglo pasado, cuando las organizaciones se llenaban de personas sin formación alguna y trabajaban en cadenas de producción en las que debían aplicar una metodología que estaba pensada por aquellos pocos directivos cualificados que existían en el seno de las organizaciones. Pero a día de hoy, con empresas plagadas de personal tremendamente cualificado, ¿cómo les vamos a inhibir su capacidad de pensar? ¿Cómo se nos ocurre inhibir su talento?

Debemos dejar de avergonzarnos de autocalificarnos “pensadores”. Hace muchos años, ser un pensador era ser un gran intelectual y una persona que aportaba mucho valor a la sociedad. Hoy pasa lo contrario: calificarse de pensador es denominarse “vago”, porque se considera que solo se trabaja cuando se aplica el aspecto físico de nuestro cuerpo. Pues no; lo mejor que puede pasar es que cada empleado tenga su momento para pensar, para replantearse los procesos que ejecuta y para aportar nuevas formas de hacer las cosas.

Mi mensaje de hoy va dirigido especialmente a esos jefes autócratas que no reconocen las capacidades intelectuales de sus subordinados, o que tienen miedo a ellas (que es lo más frecuente que pasa). Flaco favor le hacen con ello a las organizaciones y, por extensión, a sí mismos. Confío que este post les haga reflexionar (nunca mejor dicho).

Un abrazo

firma SBS transparente


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