Revista Opinión

No te quieren

Publicado el 08 abril 2014 por Algodistinto @algodistinto78
No te quieren

- ¿Dónde vas?- Ya lo sabes.- Sigo sin entenderte…- ¿Qué no entiendes?- Qué va a ser, ¿de dónde vienen los niños?- Deja de hacerte el idiota.- Lo sabes de más.- Es mi vida, es mi educación. Me enseñaron unos principios cuando era niño, ahora son los míos, y debo cumplirlos.- ¿Para qué? No te quieren con ellos, nunca lo harán.- Tal vez, pero es mi vida. Luis cerró la puerta, en su camino no hacía más que pensar en lo que le decía Carlos desde que lo conocía. Carlos nunca pudo entender que pusiera la religión por encima de su vida, Luis se desesperaba en el intento de transmitir su entusiasmo, sus esperanzas de otra forma de vivir, pero también era consciente de que su postura no era muy racional, que tal vez Carlos tenía razón, que su vida era mentira y que sus sueños nunca se harían realidad. De todas formas, nunca dejó de ir a la iglesia, de rezar Rosarios, de asistir a procesiones, de vivir con la esperanza de encontrar, algún día, un sitio en su Iglesia, aunque por el momento estuviera un tanto excluido. Llegó cansado a su casa, al abrir la puerta se encontró a Carlos, tumbado en el sofá, viendo un partido de fútbol en la televisión, con una cerveza y un cigarrillo en su mano. Lentamente se dirigió a la cocina, algo triste, algo cansado a preparar la cena. Todo estaba desordenado, como él lo había dejado, los platos de mediodía en el fregadero, la sartén sobre la cocina, con una costra anaranjada en el fondo, opaca, traslúcida, fría. La nevera estaba casi vacía, apenas unos muslos de pollo adornaban el vacío blanco. Fregó la sartén, los platos, la cocina. Terminó de vaciar la nevera, la cena estaba preparada.- ¡Carlos!- ¿Qué?- La cena está lista.- Un momento, que ya acaba el partido.- Yo empiezo, que tengo hambre.La cocina parecía vaciarse aún más, los murmullos de la retransmisión eran casi imperceptibles, Luis no dejaba de pensar. El vacío de la cocina se hacía más intenso en su interior, tal vez Carlos tuviera razón. Se negaba a creerlo, pero la razón le llevaba a dudar de su forma de pensar de todo lo que había aprendido de niño. Le habían enseñado que Dios amaba a todos por igual, pero su Iglesia no parecía hacer lo mismo que decía. No todos tenían que decidir tantas veces entre su vida o Dios, no todos tenían siempre la misma respuesta, no todos tenían que preferir a Dios, él siempre lo había hecho, posiblemente porque Dios fue lo único que tuvo durante mucho tiempo, tal vez influyera alguna vez la costumbre y la defensa de una idea coherente. Tal vez algún día su forma de pensar sería distinta, pero no podía imaginarse la vida de otra manera.- ¡Seis cero!, hemos ganado seis cero.- Me alegro.- Cualquiera lo diría… No te habrás enfadado por lo de antes.- No -dijo Luis sorprendido, casi no se acordaba de lo que le había dicho Carlos antes de irse-, pero no dejo de pensar en ello.- Es normal, tu situación no es fácil, y encima yo hago cualquier cosa menos ayudarte, perdona.- Si me estás ayudando, a tu manera, pero me estás ayudando.Después de cenar, Luis se va a la cama, no puede dormir. No deja de pensar. Tal vez sería mejor ser estúpido y no tener cerebro para pensar, piensa. Al poco llega Carlos, en silencio se desviste, se pone el pijama y se coloca junto a Luis, aprovechando su calor. Ninguno de los dos puede dormir. Cada uno piensa de una manera diferente, pero en lo mismo, tratando de entender la postura del otro, tratando de explicar la suya, tratando dormir a mitad de su pensar.Como todos los días, el sol ha vuelto a salir, son las siete y media, cada uno se va en busca de su trabajo de cada día. Las nubes dejan paso libre al sol, que en invierno ya casi ni calienta, que no es capaz de derretir el rocío helado que deja a su paso la noche. El frío se ceba en los pies de Luis, a cada paso se hace más recio su andar, a cada segundo se ciñen más las nubes negras en su cerebro, cada vez le cuesta más pensar. Sin mucho afán, sube las escaleras previas a la cristalera del portal. El ascensor no acaba de bajar.- Buenos días, Luis.- Hola Bea, me gustaría decir lo mismo.- Te pasa algo, o es sólo por el frío, por ser hoy lunes y por tener que aguantar ocho horas el coñazo de Víctor.- No, no es nada de eso. Si te tomas un café conmigo, te lo cuento. Todavía faltan unos minutos para las ocho, en la cafetería de la última planta de la oficina, Beatriz y Luis se sientan en una mesa casi escondida, al fondo. El mármol blanco contrasta con las tazas color caoba que albergan el café humeante. Luis no deja de hacer girar la cucharilla, removiendo el azúcar que ya se ha diluido por completo.- Me lo vas a contar o tengo que hacer uso de mis dotes de adivina.- Perdona, Bea, no hago más que pensarlo desde ayer.- ¿El qué?- Lo de siempre.- No sé por qué te empeñas en seguir dándole vueltas, Carlos puede pensar lo que quiera, y tu también. Conozco cientos de parejas que tienen más diferencias y siguen juntos después de mucho tiempo -hace una pausa para tomar un sorbo de café que se queda a medias-. Sin ir más lejos, Nacho y yo. Estamos todo el día discutiendo. Desde que nos conocemos, creo que es lo único que hemos hecho. Y ya ves, va para ocho años viviendo juntos.- Esta vez es distinto, no es sólo eso. Estoy empezando a pensar que puede que tenga razón.- ¿Carlos?, imposible. No ha dicho nada coherente en su vida, no puede empezar ahora.- Tal vez ha tenido razón siempre, y somos los demás los equivocados.- No le hagas caso, si tu estás a gusto yendo a la iglesia los domingos, rezando todos los días y demás, no tiene sentido que trates de cambiar ahora.- Pero la iglesia no me quiere dentro de ella. Mi elección son los hombres, ellos nunca lo entenderán.- Tal vez los jerifaltes de la iglesia no te acepten, pero Dios siempre te querrá.- ¿Y si no es así?- Lo es.


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