Escuchad a las mujeres No van a saber nunca cómo me llamo. Ni a qué me dedico. No. He aterrizado aquí de casualidad. un día cualquiera, tal como hoy. Un domingo de resaca de los que martillean la cabeza y el cuerpo y que, sin embargo y de forma inexplicable, resultan ser uno de esos domingos en los que ves la vida con una sonrisa.
Sí, soy de esos que creen que se puede ver la vida a través de una sonrisa. De los que creen que se puede besar con la mirada. De los que piensan que se puede bailar con las palabras y hablar con los pies. Sobre todo si están fríos, debajo de la mismas sábanas.
Mi madre me solía decir que todo lo que me decía me entraba por una oreja y me salía por la otra. "No escuchas", me repetía una y otra vez cada vez que me encomendaba una tarea y yo la hacía mal, "me oyes pero no me escuchas". Tras una de esas broncas mi padre me enseñó una lección que nunca olvidaré "Tu asiente y calla. Tu madre es tu madre, pero también es una mujer: no le lleves nunca la contraria a una mujer, ellas saben más que nosotros, así que deja de oírlas y empieza a escucharlas". Con el tiempo lo entendí. Mi padre siempre ha sido un hombre imponente, en parte por culpa de un bigote impecable que con los años se fue tiñendo de blanco. Aunque no lo creáis, nunca he visto a mi padre sin bigote.
Mi madre, con esa frase me enseñó a escuchar más que palabras. Si se pone suficiente atención puedes escuchar hasta el silencio. Si se pone mucha más atención de la suficiente, puedes escuchar lo que la gente dice, sin que digan nada. Se puede ver como un hombre con bigote besa con la mirada a la mujer con la que lleva casado más de 35 años. Como una buena conversación sentado en la playa puede ser un tango de palabras. Como unos pies fríos que apenas se conocen, se frotan diciéndose "no quiero que te vayas".
Ese procurar escuchar más que oír es el que me ha permitido llegar aquí. Madame de Savigné fue la primera que dijo aquello de que "si los hombres han nacido con dos ojos, dos orejas y una sola lengua es porque se debe escuchar y mirar dos veces antes de hablar". Mi padre tenía razón, ellas saben más que los hombres.
Seguramente la sonrisa de mi domingo venga impulsada por cierta nostalgia, de la buena. De la que te tomas con cierta filosofía. De la que llega de la mano de una canción que ha resultado ser un gran descubrimiento. De la que sólo es posible si escuchas con atención, porque no hay peor sordo que el que no quiere oír.
Como bien dicen estos dos, será ridículo, patético, cosmético, sintético. Será como un anticiclón de pura realidad, al que estáis todos invitados.
Siempre a vuestra disposición,
La oreja que habla.