Hay diferencia importante de grado entre el Temor y el Miedo. Y cuando se trata de la posibilidad de Perder, el hombre tiene esto último, nada menos. Esta actitud no es producto de algo que tenga poca importancia, el miedo a Perder es un reflejo del carácter de las personas, de la visión que tienen de la vida y de sí mismos. Este miedo gobierna a la gente y la inhabilita para progresar, la aleja, como pocas cosas, de la prosperidad. El miedo supera cualquier nivel de conocimientos o preparación, toma rehenes entre todas las clases sociales y estratos económicos.
El Miedo es un factor recurrente de parálisis para encarar las oportunidades y las adversidades que presenta la vida. Son muchas las personas que tienen una existencia limitada y mediocre solamente por el miedo que les significa hacer algo que involucre el riesgo de perder. Estos seres se refugian en un equivocado sentido de seguridad que los guía a la inacción y a un sentido tan conservador de la vida que atenta incluso contra su dinámica natural. Y por supuesto, nada positivo emerge de enfrentarse a la naturaleza de las cosas, porque la vida es en esencia cambio, transformación y lucha. Pretender que todo sea de otra manera por causa del temor es absurdo. El miedo, en realidad, cuando es huésped permanente del carácter origina una espiral de zozobra, ausencia de paz y fracaso.
En una buena parte de los casos el miedo a perder es producto de un espíritu débil. La dimensión espiritual del hombre se manifiesta fundamentalmente a través de la Fe y ésta es la que se encuentra ausente entre aquellos que tienen temor a perder. La Fe transmite seguridad en el porvenir.
En otros casos éste miedo es producto de un alma débil. En el alma se halla la plataforma de emociones y sensaciones del hombre, de allí emerge el deseo, el valor, la confianza, la seguridad y hasta el propio orgullo; todos elementos dañados por efecto del temor.
Por último, existe otro factor que explica también el fenómeno, uno mucho más dramático: el miedo a perder se manifiesta entre aquellos que no quieren ganar.
Se puede suponer que quienes tienen "miedo a perder" en realidad son personas que quieren ganar como cualquier otro; es decir, "no es que no quiera ganar, sólo que tengo miedo de perder"; pero esta deducción es equivocada, porque en la vida sólo gana aquel que ha perdido y sólo pierde aquél que quiere ganar. Esta es la dinámica básica. El triunfo y la derrota son hermanos siameses que solo se explican en su íntima coexistencia. Por tanto el "miedo a perder" puede igualmente ser entendido como el "miedo a ganar", dado que todo aquel que quiere alcanzar la victoria implícitamente reconoce la existencia y la probabilidad de la derrota; y si se pone en acción es básicamente porque su amor por la victoria es superior a su temor por la derrota.
Cuando la interpretación del "Miedo a perder" alcanza la esfera del deseo de ganar, se convierte ya en un problema complejo para el hombre y para la sociedad de la que forma parte, porque éste tipo de persona construye y produce poco, limita su capacidad competitiva y puede convertirse en una víctima de la ineludible dinámica que forma la vida.
Las familias y la sociedad deben formar hombres de victoria si quieren desarrollarse y prosperar.
En el ámbito familiar muchos padres se preocupan cuando un hijo "no sabe perder" y en ello concentran su preocupación y sus medidas correctivas. Lo apropiado, sin embargo, no es enseñar a los hijos "cómo perder" sino "cómo ganar", porque en el amor por la victoria se encuentra la lección esencial del carácter que tienen las derrotas y la forma en la que deben tratarse para que no se interpongan en el camino del triunfo. Esencialmente es quien sabe ganar el que, a la vez, sabe perder.
En el ámbito social están extendidos los mecanismos de socorro y de asistencia para el que pierde, en tanto que la política apropiada es enseñarle a ganar.
Son muchas y variadas las enseñanzas que existen para Aprender a Ganar, estas son algunas:
1.- Visualizar fijamente la meta, el objetivo. La victoria siempre está adelante, no está atrás, a derecha o a izquierda. El camino al triunfo es un túnel perfecto con una sola salida, el riego se encuentra atrás, nunca adelante.
2.- "Caminar" sin detenerse. Caminar hacia adelante, no parar. El mejor consejo en esta etapa proviene de un sugestivo anuncio publicitario: "keep walking", siga caminando. Cuando más difícil sea la jornada, cuando más lejana se presente la meta y cuando menores sean las fuerzas: siga caminando. Cuando las probabilidades de alcanzar el triunfo sean pequeñas: siga caminando. Cuando se perdió la posibilidad de alcanzar el objetivo: siga caminando. La derrota definitiva no alcanza nunca a quienes siguen caminando, más bien son ellos quienes caminando sin parar, un día alcanzan la victoria.
3.- Cuando el camino se emprende con Fe y virtuosismo tanto la victoria como la derrota constituyen ganancia. El hombre de bien debe entender que la derrota o la perdida se produce "por algún buen motivo".
Debe comprenderse que la vida siempre premia (más temprano que tarde) al hombre de bien. Ninguna otra premisa debe apropiarse de la mente. La máxima del pago de bien por bien es como una ley física y el triunfo para el que persevera es una conclusión estadística.
4.- El triunfo no siempre es producto de Aptitud. No son precisamente los hombres de poderosa visión, de agudo intelecto o de incansable sacrificio quienes ganan la carrera por la vida o quienes desconocen el temor de perder; son los hombres que tienen la Actitud correcta los que poseen las mejores oportunidades.
5.- El dinero, la fama, el poder, el amor se pueden perder en alguna circunstancia de la vida, pero el hombre no puede perderse a sí mismo, porque es su único y principal activo. La existencia es un libro hermoso formado por muchos capítulos, cada uno tiene una importancia trascendental, cada uno hay que leerlo y vivirlo para entender y disfrutar del conjunto. Cuando un capítulo termina otro se inicia y la historia continúa con el mismo vigor. Este libro solo se pierde cuando su vivencia queda trunca en algún capítulo y allí se abandona. Por lo demás únicamente cuando el viaje por la vida termina puede concluirse si se ha tratado de una historia de victoria o de derrota. Sólo entonces la obligación con el destino ha terminado.
6.- Todo lo que se tiene en la vida es un REGALO y resulta bueno no aferrarse a nada más allá de lo razonable. Corresponde dar una buena pelea y defender todo lo que se ha conseguido, pero allí termina la obligación. Si se ha sembrado bien, los regalos seguirán apareciendo. Ninguna vida puede medirse en términos del "derecho" por aquello que se tiene. Desde el momento que no asiste derecho alguno para el siguiente día de vida, todo lo demás forma parte de una bendición que debe reconocerse con humildad.
7.- Todo aquello que se pierda en el afán de alcanzar la victoria constituye una semilla más que garantiza la próxima cosecha. Las pérdidas deben asumirse como la ofrenda que premia las acciones y las ideas, el costo del amor por los sueños, la coherencia con la sana ambición y la solidaridad con el esfuerzo.
También debe reflexionarse en lo siguiente: el temor a perder, aquel que paraliza las acciones, lleva en sí mismo una paradoja, pues ¿cómo puede valorarse lo que hoy se tiene miedo de perder sin entender que en su momento algo tuvo que sacrificarse para ganarlo?
¡Algo bueno se hizo para ganar lo que hoy se tiene! Y nunca se lo hubiera conseguido si entonces vencía la parálisis que hoy genera el miedo a perder.
La vida es un milagro maravilloso y existe la obligación de ganar sus favores. Ningún presente ha sido entregado en esta tierra para atesorarlo, todo fruto tiene que ser nuevamente sembrado para multiplicar las bendiciones. Al final del viaje solo tiene valor aquello que se ha hecho y lo que se ha entregado, porque todo lo demás efectivamente se pierde sin remedio.
¿Cómo está nuestro amor propio?, ¿qué tanto nos valoramos?, ¿hemos olvidado que pertenecemos a la estirpe de quienes domaron la naturaleza y conquistaron la tierra?, ¿somos parte de ésa especie que dominó los mares y conquistó el espacio?, ¿estamos conscientes que mucha gente perdió incluso la vida para que hoy seamos lo que somos? ¿Qué ejemplo deseamos dejarle a nuestros hijos?, ¿el de hombres timoratos, pusilánimes, cortos de visión y carentes de ambiciones básicas o el de hombres valerosos, capaces de dominar sus temores y de retar a la vida con los puños por delante?Sabiamente decía Franklin Delano Roosevelt que sólo se le debe tener miedo al miedo mismo.
Fuente: Carlos Nava Condarco.
C. Marco