Va a hacer un mes des de la ultima vez que te vi. Sentadito, triste, conforme, cansado. Tus ojos delataban lo que luego supimos, que ya estabas llegando al límite. Tus manos frías buscaban el consuelo entre ellas. Mamá permanecía escondida tras una puerta sin saber lo que estaba ocurriendo. Y tú sin entender nada, pedías a gritos sordos descansar de tanta locura.
Te despedimos en aquella puerta, viendo como, de espaldas a nosotras marchabais confundidos. Tú en silla de ruedas, porque las fuerzas te fallaban. mamá, sacando fuerza de sus entrañas, caminando junto a ti, asustada y nerviosa, seria y preocupada. Os vi como en una nebulosa, como sabiendo que algo iba a suceder, que era el final de algo, y cuando ese ascensor abrió sus puertas y desaparecisteis de nuestra vista, realmente mi subconsciente supo que era un adiós diferente.
A los nervios de haberos dejado desangelados, indocumentados y sin apenas cosas personales, se unía el desasosiego de que quienes nos habían forjado como personas, quienes habían tenido el valor de criarnos con amor, paciencia y sabiduría, ahora estaban en las manos de los médicos y en nuestras propias manos.
Ahora a toro pasado creo que era el momento. Que por mucho que nos castiguemos pensando “y si…” nada se podía hacer. Porque las fuerzas flaqueaban, tus riñones pedían auxilio, el tumor avanzaba y tu salud no aguantaba más.
Ayer fue un día especial. Y conseguí recordarte con menos de 55. Con esa piel brillante que lucías, bien moreno en verano y algo menos en invierno gracias a tu cutis privilegiado. Con tu marca en la frente tan personal, tan tuya. Vestido de uniforme, con tus insignias, con ese uniforme que tan orgulloso lucías, que tanto te hizo disfrutar de tu profesión que tanto amabas. Te imaginaba ese día de 1981, saliendo presuroso a intentar poner tu granito de arena en aquel desbarajuste que se había organizado. Intentando aportar para solucionar.
Recuerdo además tantas y tantas mañanas saliendo del baño oliendo a esas colonias tan tuyas, con la cara perfectamente afeitada camino del trabajo.
Y me siento orgullosa de ser tu hija. Siempre lo he estado. Orgullosa de un padre responsable, honesto y valiente. Sabio y congruente. Cariñoso y sensible. Este sentimiento es el que quiero tratar de mantener, ahora que las lágrimas intentan avanzar cuando menos me lo espero. Quiero pensar en positivo. Y por qué no, pensar que ese arco iris que salió anteayer de forma mágica de extremo a extremo lo mandaste tú. Que las señales que vemos son tuyas y que tuyo es el ánimo que saca mamá bajo su rostro triste para hacernos ver que todo va bien.
Quisiera decirte tantas cosas que no tengo letras que poder escribir.