Debido a los países emergentes, sobre todo a China, en los próximos cinco años el consumo de chocolate será más alto que la producción de cacao, lo que significa que los consumidores veremos aumentar su precio dentro de poco tiempo. Mientras esta poderosa industria crece, las desigualdades sociales que deja a su alrededor también lo hacen.
Hace unos 4.000 años, las primeras plantas de cacao crecían a la sombra de las selvas tropicales. La sociedad azteca utilizó sus preciadas semillas como moneda de cambio hasta la colonización de los españoles. Uno de esos conquistadores, Hernán Cortés concretamente, envió el primer cargamento de cacao a España en 1524, al que sólo las clases sociales más altas podían acceder. Más tarde, los monjes convirtieron el fruto del cacao en chocolate.
A partir del siglo XIX la industria del chocolate se dispara, y con ella la producción de cacao. Merecen ser destacados los siguientes datos al respecto:
♦ El cacao ocupa el tercer lugar después del azúcar y el café en el mercado mundial de materias primas.
♦ A pesar de su origen mexicano, la producción principal de esta planta se concentra en África Occidental, donde el cultivo de árboles disminuye progresivamente debido a la sequía que provoca el cambio climático.
♦ Los ocho mayores países productores del mundo, que suponen el 90% de la producción mundial, son Costa de Marfil (38%), Ghana (19%), Indonesia (13%), Nigeria (5%), Camerún (5%), Brasil (5%), Ecuador (4%) y Malasia (1%).
♦ La mayor parte del cacao se exporta en grano debido a que esta materia prima no tiene aranceles, al contrario que el producto elaborado. Es en los países desarrollados donde se elabora y se etiqueta.
♦ El chocolate genera más de 100.000 millones de euros de beneficio al año, una enorme cifra que no implica riqueza para los asalariados que lo cultivan, quienes apenas se embolsan entre el 3% y el 6% del precio final del producto.
♦ Cinco grandes compañías ingresan el 60% de las ventas a nivel mundial, un oligopolio muy dañino para muchas personas.
♦ Según algunos estudios, más de 12.000 niños trabajan en condiciones de esclavitud en esta industria que crece al 13% anual.
Remediar esta grave situación no es tarea fácil, y más aún cuando los órganos reguladores y políticos con ganas de hacer bien su trabajo brillan por su ausencia. Para empezar, todas las partes de la cadena de esta industria tendrían que establecer una serie de condiciones laborales y respetar los derechos humanos fundamentales. Cuando la economía de libre mercado considera al ser humano como una simple herramienta, donde el poderoso se come al débil e impone de forma unilateral sus condiciones profundamente inmorales, es necesaria la intervención de los distintos Estados. De lo contrario, seguirán aumentando las desigualdades económicas y sociales.
La próxima vez que comamos chocolate, pensemos un instante en cómo y bajo qué circunstancias ha llegado a nuestras manos. No podemos seguir habituados al sufrimiento del prójimo.