Que no hay que adelantarse a los acontecimientos es un hecho por todos conocido, aunque para ser sinceros, que arroje el primer ladrillo aquel que nunca se ha pasado de listo y se ha dejado dominar por las expectativas. A mí me ha pasado y, como se dice vulgarmente, mi gozo en un pozo. Puestos a recurrir a frases populares, también podría decir aquello de "ponerse el parche antes de que salga el grano" o "llenar el ojo antes que la tripa". El caso es que mi futuro pequeño negocio se me ha ido al traste, hundido en el abismo por trámites burocráticos insalvables. En unos pocos días he pasado del miedo, al entusiasmo moderado, a la decepción y finalmente a la aceptación. Todos los planes y previsiones de cambio de vida, que mi cabeza había urdido sin descanso, se han ido a la cloaca. Así que aquí estoy de nuevo, en este regreso no esperado de una casi despedida que parece ser no estaba prevista en mi destino. Volveré a la Guarida de buena gana, confirmando que tengo más de eremita que de negociante y, la próxima vez, no venderé la piel del oso hasta que su destinatario la tenga extendida sobre el suelo delante de una fogosa chimenea.