En las despedidas siempre hay algo que se nos rompe por dentro. Podríamos decir que la fractura se produce en nuestras ilusiones, en nuestras esperanzas o en nuestros sentimientos. A partir de entonces esa parte de nosotros ya no vuelve a reconstruirse y, de hecho, puede llegar a atormentarnos.
Por eso, quien el algún momento de su vida se ha tenido que despedir de algo o de alguien muy importante, sabe que después de un adiós no vuelves a ser el mismo o la misma. Esto es algo que nos hace sentir cierta nostalgia y pesar.
Al fin y al cabo, un adiós es un duelo, sea forzoso o no. Así, en este proceso se suceden instantes, algunos de ellos dolorosos, que nos hacen sentir la necesidad de aferrarnos a los imposibles. Esto puede llegar a perturbarnos y a transformar lo que tras la despedida quedó de nosotros.
No hay nada permanente, todo se transforma:
Las personas cambiamos y, con nosotras, nuestras relaciones con el mundo. Esto ocurre aunque deseemos con todas nuestras fuerzas que no sea así o incluso cuando estamos dispuestos a conformarnos para no pasar por el mal trago de "dejar marchar" algo que creemos necesitar.
Este último apunte es importante porque, como hemos dicho en muchas ocasiones, la sensación de necesidad coarta nuestras libertades y nos somete a las expectativas y a los comportamientos de los demás. Si no cuidamos este aspecto, seremos carne de cañón para las relaciones tóxicas.
Por otro lado, toda despedida es una dulce pena. Aunque resulte paradójico, es dulce porque nos hace sentir y saborear lo amargo del momento, para ofrecernos la posibilidad de deleitarnos con el buen sabor de lo que vendrá después: la libertad emocional.
A veces, las despedidas son necesarias para volver a reencontrarnos con nosotros mismos, algo que es tremendamente difícil si vivimos aferrados o anclados a ciertos sentimientos, personas, lugares o actividades.
No te olvides de cerrar las heridas de tu pasado emocional:
Siempre es preciso saber cuándo se acaba una etapa de la vida. Si insistes en permanecer en ella más allá del tiempo necesario, pierdes la alegría y el sentido del resto. Cerrando círculos, o cerrando puertas, o cerrando capítulos, como quieras llamarlo. Lo importante es poder cerrarlos, y dejar ir momentos de la vida que se van clausurando. No podemos estar en el presente añorando el pasado. Ni siquiera preguntándonos por qué. Lo que sucedió, sucedió, y hay que soltarlo, hay que desprenderse. No podemos ser niños eternos, ni adolescentes tardíos, ni empleados de empresas inexistentes, ni tener vínculos con quien no quiere estar vinculado a nosotros. ¡Los hechos pasan y hay que dejarlos ir! Paulo Coelho
Para comenzar una etapa nueva tenemos que cerrar muchas otras. Sanar las heridas de nuestro pasado emocional es doloroso y complicado. Sin embargo, realmente todos tenemos algo abierto en nuestras vivencias sentimentales pasadas que nos perturba el presente y que puede incluso llegar a determinar nuestro futuro.
Es normal que sintamos vértigo ante el abismo emocional de una despedida. Así, al igual que nos sucede cuando tenemos que mirar hacia abajo desde gran altura, nuestra mente nos impide hacerlo.
Sin embargo, en este caso algo se ha caído por el barranco emocional y, aunque ya no lo vayamos a recuperar, tenemos que verlo para hacernos a la idea de que la caída lo ha destrozado. Es decir, que necesitamos ver para creer que ese pedazo que se desprendió de nosotros ya no nos pertenece. Fue bonito mientras duró, sí, pero se convirtió en una losa que te impedía seguir caminando por el sendero de tu vida.
En definitiva, cuando tengas que decir adiós da las gracias, pues cada despedida te ofrece la posibilidad de asumir un aprendizaje que resultaba indispensable para recorrer lo que tu existencia te depara.
Imagínate lo que puede ser volver a sentirte tú, aceptar y dejar ir todo lo que ya no te pertenece y poder caminar a paso ligero. Desde luego que no hay palabras en el diccionario que alcancen a describir esa sensación tan maravillosa y placentera.
C. Marco