Revista Cine
Ya me perdonaréis que sea tan brusco, pero empieza a parecerme que los premios Nobel empiezan a premiar en función de méritos no estrictamente literarios: o sea, no es que empiece, es que no había encontrado otro momento para decirlo hasta ahora. A lo mejor hasta lo de empezar es un eufemismo: creo que si no fuera a veces tan perezoso para probar con ciertos autores nuevos, lo diría con una contundencia absoluta, pero no soporto hacer afirmaciones sin fundamentos firmemente cimentados. Lo del Nobel de este año a un autor chino, igual que los Nobeles a autores escandinavos, israelíes, japoneses, sudafricanos. Y lo del Nobel de este húngaro cuyo nombre no consigo pronunciar sin dudar de las consonantes de su última sílaba: Imre Kertész. Al menos el acento está en una vocal y no me hace sufrir como las consonantes acentuadas de Kapuscinski (con el que, por cierto, poco tiene que ver: ya se merece Kapuscinski 50 Nobeles pero Polonia no estuvo en ese bombo cuando le tocó). Pues probar esta novela, la primera que este autor húngaro publicó tras obtener el premio en 2002, me ha parecido un buen libro, una historia original con coartada política e incluso histórica, pero su mala resolución, su cierre algo precipitado y sin aclarar en exceso los dilemas que plantea: el suicidio de un escritor, teóricamente atormentado por un pasado, y alguna otra cuestión con el sempiterno tema del nazismo... me hacen levantar la ceja con escepticismo: no entiendo el criterio de los Nobel, me sumo en una especie de convencimiento de que esos académicos quieren jugar al elitismo y al despiste, que me parecen muy bien a veces como antídotos de la previsibilidad y el adocenamiento: pero igualmente dados al hastío si acaban siendo un fin por sí mismos.