Revista Opinión

Nocaut a la vida

Publicado el 18 marzo 2011 por Manuelsegura @manuelsegura

Nocaut a la vida

En Etiopía, unos 6.000 años a. de C., datan el origen del boxeo, un deporte maldito en nuestros días, aparatado como la peste bubónica del circo televisivo que sí da cancha a otras disciplinas quizá menos ortodoxas. En el siglo XVI, los ingleses desarrollaron el boxing, origen de lo que ha llegado hasta nosotros.

Esta fotografía reciente,  colgada en Facebook por mi admirado Antón Castro, me trae a la memoria a uno de los boxeadores más carismáticos con los que ha contado nuestro país: Perico Fernández. En este singular púgil zaragozano, que vivió su niñez en un hospicio, se conjuga la grandeza y miseria del deporte del KO. Desde que un día de marzo de 1973 se proclamara campeón de España en su ciudad natal, pasando por Roma, donde en 1974 obtuvo el entorchado mundial de los superligeros ante Furuyama, y hasta llegar a Bangkok en 1975 y, con gran decepción, caer derrotado por Muangsurin, la carrera de Perico fue vertiginosa. En su palmarés figuran 125 peleas, con 82 victorias, 47 de ellas antes del límite, 28 combates nulos y solo 15 derrotas.

Cuando en la década de los 80 las circunstancias lo retiraron del cuadrilátero, Perico Fernández se refugió en la pintura. Algún tiempo después lo conocería personalmente, una noche en la que nos presentaron en la zaragozana avenida de Cesáreo Alierta. Le dije que nunca olvidaría aquellas noches pegado al televisor en blanco y negro, viéndole asestar un crochet o un gancho tras otro a los rivales de turno. Me pareció un tipo digno. Vivía de lo que podía, él, de quien tantos vivieron.

Un día, alguien con buenas intenciones se dirigió al entonces alcalde de su ciudad para proponerle que buscara un empleo municipal a Perico. El edil lo llamó al despacho y le propuso ser conserje de un colegio. Pedro, el mismo que una vez tumbó en la lona al estilista Joao Henrique en el que fue posiblemente el mejor combate de su carrera, le contestó impasible, henchido de dignidad y mirándole a los ojos: “Gracias, señor alcalde, pero para portero ya está Zubizarreta”. Así, al menos, me lo contaron a mí.


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