Cada año empiezo el post de estas fechas con estas misma palabras: Llegan los Reyes Magos. El momento más emocionante, más mágico. Si cada día del año tuviera que describirlo con un sentimiento, para el día de hoy usaría la palabra ilusión. Esa que muchos llevamos en la mochila desde que éramos niños, los recuerdos favoritos que guardamos de cuando éramos pequeños. Luego, con el paso y el peso de los años, empezamos a vivirlo de una forma distinta. Sigue siendo entrañable, pero todo vuelve, cuando empiezas a vivirlo con las miradas de tu hijo, con las sonrisas de tu hija.
La cabalgata ya no es ese coñazo de otros años, ya no es esa masa de gente que agobia. Los tambores y las palmas son más alegres. Los caramelos siguen siendo caramelos. Y las chocolatinas. El rey negro vuelve a ser tu favorito, y el que tira más caramelos, más chocolatinas. El "olé olé y holanda y olé" vuelve a tener su gracia, su noséqué. Nunca tuve un árbol en las navidades en casa de mis padres. Y ahora ya no podría pasar sin él una sola navidad en casa de mis hijos.
Un vaso de agua tras otro. "No tengo sueño". Otro paseo al cuarto de los peques. Y otro más. "JaviLuke, tienes que dormir...". Otro paseo más. Hasta que por fin compruebas que realmente se han dormido. Este año mis padawanes han empezado a vivir la sensación plenamente. Aún conseguimos esquivar esa barbaridad del "Pórtate bien o los Reyes te van a traer carbón!" -y espero que nunca en la vida los chantajee nadie de esa forma, como me pasaba a mí-, pero claro, con toda esta última semana con la visita de sus majestades en mente, es complicado dormir. Como me pasaba a mí.
Como cada año, sigo con la misma canción: no hay intención ninguna de que crezcan creyendo en el cuento de los Reyes de Oriente. Pero no puedo frustrar la ilusión de nadie, empezando por la de mis propios hijos. Así que asumo la tradición, la herencia cultural. Para disfrutar de los cuentos de hadas -la comparación es intencionada- o de La Guerra de las Galaxias no hace falta creer en Campanilla, o en el Maestro Yoda. Pero yo no puedo permitirme robar la magia de los Reyes Magos a mis hijos. Ni a los demás. A nadie.
Los paquetes del altillo del armario, y de los cajones. Y los del otro armario. Escondido en el maletero del coche chico, el regalo para la Maestra-Jedi. Y en su coche el mío -como si no hubiera tenido ya bastante-. "Shhhh... No hagas ruido". Un detallito para el Tito Kiko, otro para la Yeya Ceci, los regalos para los primos, los titos... "¡Falta un paquete!". "¿Has mirado bien?". Creo que este año se nos ha ido la mano. Otra vez. Bueno, y qué más da. Este año, entre el tímpano y el lumbago, no estoy como para inflar globos, así que con las chocolatinas en los calcetines de la chimenea, todo listo. La casa se queda casi a oscuras. A estas alturas, ya es imposible arrancarme la sonrisa de la boca. Me zumban los oídos. Es Noche de Niños. Va a ser complicado dormir. Como me pasaba de niño.
Así que, después de casi un mes, me pongo a escribir. Este post.
Son sus cuartas navidades. Y como si fueran también las mías. No sé cuántas más como estas nos quedan por vivir, así, intensas, inocentes, embrujados y envueltos de magia, sonrisas y papel de regalo. Una cosa sí tengo clara: ya sé lo que quiero para Reyes, cada año. Y es que intentaré mantener la ilusión de la Noche de Reyes de mis pequeños padawanes todo el tiempo que me sea posible. Aunque para ello tenga que disfrazarme de Armadillo Navideño. Va ser complicado dormir. ¡Feliz Noche de Niños!