Revista Política

Noche de polkas y aguardiente

Publicado el 25 junio 2012 por Siempreenmedio @Siempreblog
Foto: ParafusoNo debía tener aún los 15 cuando su vecina de Villaverde se plantó un día a las puertas de su casa, una vez los rayos del sol empezaban a correr detrás de la montaña. Llevaba una sonrisa en la boca y ropa de faena. En cuanto se abrió la puerta no dio tiempo ni al buenas tardes de rigor: “Maruca, dile al chico que mañana a las siete de la tarde tenemos montado un baile en casa; viene la orquesta del pueblo; déjalo ir, mujer, que ya tiene edad”. El chico lo había oído todo y en cuanto su madre volvió a la sala le puso carita de pena. “Vale, puedes ir, pero a las diez te quiero de vuelta”.Esa noche no durmió pensando en cómo sería ese baile, en si la chica de enfrente también estaría invitada, en si tendría valor para sacarla a bailar y en si antes de volver a casa le cogería la mano para siempre. Y llegó el día y la hora señaladas. Con su camisa bien planchada le estampó un beso enorme a su madre en el cachete y casi sin dejarle pronunciar palabra salió por la puerta. El baile apenas quedaba a cien pasos y ya se oían los primeros acordes de aquella polka tan popular. Ya dentro, en aquel patio central, todo estaba dispuesto: los músicos, el aguardiente y los rosquetes de limón, las sillas para el descanso y todo aquel espacio que, de entrada, intimidaba. Y detrás de uno de los helechos del fondo, aquellos ojos negros inmensos, brillantes, que en cuanto lo vieron se giraron hacia otro sitio por timidez.No dejó de sonar la misma polka toda la tarde, aquella que lo empujó a sacarla a bailar y con la que las risas superaban a las palmas como instrumento para acompañar. Con pasos algo torpes, las horas se les echaron encima y fue tal la conexión que sintieron que por ellos sólo habían pasado dos minutos. Entonces dieron las diez y rápidamente cogió dos vasitos de aguardiente, le ofreció uno a ella y le preguntó: “¿Te veré mañana?”. “Sí, ven a buscarme, estaré esperándote para bailar de nuevo”, le respondió al oído.Foto: ParafusoPero no hubo día siguiente, ni semana, ni próximo mes. Pasaron los años, las décadas, y un día, cuando ya ni siquiera las paredes de su casa se mantenían en pie, se asomó a otros viejos muros, los que un día lo vieron bailar. No quedaba nada. Ni el techo, ni las ventanas, ni los músicos, ni la polka, ni el helecho detrás del que aparecieron aquellos inmensos ojos negros. Y de pronto, cuando ya se marchaba, en el suelo de una de las habitaciones atisba una vieja maleta medio abierta, tirada sobre un somier destartalado. Se acercó y con una rama rota hizo palanca para abrirla. Dentro sólo había dos pequeños vasitos de aguardiente y una nota de papel mugriento: “Ven a buscarme, estaré esperándote para bailar de nuevo”.

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