El sol se había despedido de nosotros; se preparaba para irse a la cama.
La noche, con su manto de estrellas, se hizo hueco en el mar celeste.
Ante la belleza de este espectáculo, tomé el timón de mi mirada,
navegando entre el mar de estrellas y la oscura costa de bancos de
piedra, árboles y arbustos del parque donde me encontraba.
Se había hecho tarde, así que, saliendo del parque, mis pies me llevaron
hacia una de las puertas del caso histórico, aquella que llaman la
Puerta de Bisagra.
Dejando atrás la parroquia cercana a la muralla, enfilé, con cierta
dificultad, la cuesta que sube hacia la Mezquita del Cristo de la Luz,
escuchando el eco sordo de mis sandalias. Aquella noche, mi meta era,
aparte de cenar, llegar a la cama, deseando recargar pilas y descubrir
qué secretos de Toledo saldrían a la luz a la mañana siguiente.
Texto: Álvaro González Herranz