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Nochebuena

Publicado el 24 diciembre 2013 por María Mayayo Vives
Un poco de lo mejor que tienen estas fechas son los ataques de nostalgia en las reuniones familiares. El recuerdo de aquellas Navidades de hace setenta años que, a pesar del paso del tiempo, cada día están más cerca. En algún momento, entre el discurso de Su Majestad y la vuelta al cole, mi padre volverá a narrarnos la felicidad que también procura celebrar con mucho menos. Mirando, sin verlo, el centro frutal que adorna el centro de la mesa, regresará a aquellos días en que la Epifanía traía sólo una naranja para compartir al abrigo de un brasero mal dimensionado. Entonces, nevaba mucho más, pero, en algunos rincones, vuelve a hacer exactamente el mismo frío.
Si no fuera porque la tradición avala el fantasma de la Navidad, cabría creer que es una nueva forma de distracción ideada por quienes, esta noche, brindarán con sobresueldos. De esas noches buenas que se les han permitido a unos cuantos, llegamos nosotros a ésta un poco más pobres, un poco más fríos, un poco más nostálgicos, un poco mejores tal vez. Nos sentamos a la mesa sin poder obviar que, abajo, en la calle, se reescriben los cuentos de Dickens con un realismo que no es literario. Por un segundo, nos aferramos a la silla conscientes de que es poco más que casual que conservemos el sitio. Nos sabemos afortunados por seguir prendidos al hilo invisible del que pendemos como las bolas del árbol. Y, aunque hay árbol y sillas y mesa, va resultando difícil reconocer el encanto de esta España a media luz.
Algunos, hoy, tendremos cena y Navidad y mensaje de Navidad. Parece que el último fue ayer, pero será esta noche. Alimentaremos nuestras esperanzas con risas y sonrisas llenas de lo que aún no hemos perdido o de la felicidad impuesta por el consumismo a un paso de extinguirse, mientras nos abrazamos amontonados al borde de un abismo al que esta noche no querremos asomarnos. Quizá esta Navidad no sea mejor que la pasada ni peor que la próxima, pero será la única en esta parada de regreso al futuro en que la miseria deja de sonar a viejo.
Hagan lo que puedan y, si pueden, hagan feliz a alguien.
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