Revista Cultura y Ocio
No quiero ser aguafiestas; pero, literariamente, una fecha como hoy trae más tristeza que alegría. Literariamente, insisto. No lo sé, en verdad. No he hecho ningún estudio sobre el tratamiento literario de un día como hoy e intuyo que las referencias positivas pueden ser más numerosas; pero la literatura más conocida me lleva a textos en los que la Nochebuena está asociada a la tragedia y no a la comedia, aunque ahora se sienta cómo viene desde la calle el bullicio de las cañas que tuvo que inventar un enemigo de la cena de esta noche, del esmero y el dinero que se ponen en sus preparativos y de la exquisitez de sus viandas. Tragedia y no comedia. Vamos, que me digan, si no, cómo es el comienzo de «La Nochebuena de 1836», del gran Mariano José de Larra: «El número 24 me es fatal: si tuviera que probarlo diría que en día 24 nací. Doce veces al año amanece sin embargo un día 24; soy supersticioso, porque el corazón del hombre necesita creer algo, y cree mentiras cuando no encuentra verdades que creer; sin duda por esa razón creen los amantes, los casados y los pueblos a sus ídolos, a sus consortes y a sus Gobiernos, y una de mis supersticiones consiste en creer que no puede haber para mí un día 24 bueno». Y luego viene todo lo demás del «delirio filosófico» entre ese yo y su criado. Y qué decir de la leyenda sevillana de «Maese Pérez el organista» (1861), de Bécquer —misa del Gallo, convento de Santa Inés. Mi abuelo Luis Hernández Flores, a quien no conocí, murió una noche como esta de 1958, el mismo año de la muerte de Juan Ramón Jiménez. En la casa familiar, desde ese momento, nunca se celebró la Navidad, como siempre hemos repetido los hermanos y uno de ellos, el mayor, reflejó en su libro Años de ignorancia, inquietudes y esperanza. 1946-1970. Evocaciones personales y reflexiones sobre acontecimientos de esos años, inédito, salvo la tirada íntima que sus allegados disfrutamos —¿seis ejemplares?—. Termino con esta reseña de la literaria mirada amarga a la Nochebuena con una referencia a una novela que creía que yo había comentado aquí después de mi lectura. No, no comenté nada sobre la novela de Miguel Ángel Hernández El dolor de los demás (Barcelona, Anagrama, 2018), aunque sí aludí a ella aquí, en una entrada sobre mi madre, en la que recordé la cita de Susan Sontag que el novelista incluye al principio de su novela y que dice que «La memoria es, dolorosamente, la única relación que podemos sostener con los muertos». En algún sitio he leído que morir en Navidad es como morir dos veces, y hoy el periódico local traía más esquelas —y más grandes– que de costumbre. Uno de los puntos de partida de la novela del escritor murciano Miguel Ángel Hernández está en esta frase: «—Hace veinte años, una Nochebuena, mi mejor amigo mató a su hermana y se tiró por un barranco». De ahí nace El dolor de los demás como un texto literario prendido de una experiencia real y tremenda. Parece como si todo, en esa novela, girase en torno a estas fechas. El principio del capítulo cuarto comienza un martes 26 de diciembre. Y al final de la primera parte es cuando se cuenta que «La Nochebuena de 2002, justo a la mitad de la cena, murió la Nena, que para nosotros era prácticamente nuestra abuela. Tenía más de noventa años». Y el texto continúa con palabras que yo asumo como si hubiese vivido la muerte de mi abuelo. Lo dicho, que no quería ser aguafiestas. Feliz Navidad, de verdad. De corazón.