Revista Cultura y Ocio

Nochebuena entre vagabundos

Por Zogoibi @pabloacalvino
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Es Nochebuena. Una gran luna, muy blanca y redonda, brilla en el cielo negro y puro de la noche polaca. Con el estómago vacío, arrastro mi soledad navideña por las frías y desiertas calles de Bialystok. ¿Qué hago aquí? No importa. Es sólo que me gustaría cenar al calor de mis semejantes.

Todo está cerrado, y ni los turcos abren hoy sus quioscos de kebabs. Tendré que volverme a la habitación en ayunas.

Llega a mis oídos el sonido de unos acordes, y hacia allá dirijo mis pasos. Bajo un pequeño toldo tocan tres músicos y, en unas mesas al lado, un grupo de voluntarios reparten comida y bebida calientes. Los vagabundos de la ciudad se han dado cita aquí; llenan sus panzas, luego repiten, y aún vuelven a por otras raciones para llevárselas en fiambreras a sus guaridas de arrabal.

Me acerco a curiosear. Me da algo de reparo beneficiarme de la pitanza de los indigentes; pero al ir a darme la vuelta una señora me invita con una sonrisa: ¡zapraszamy, zapraszamy! Jest barszcz, prosze pan. Un poco avergonzado, cojo la taza de borsh caliente y la cuchara de plástico que me tiende, y allí entre los vagabundos apuro el sabroso caldo. De pronto me siento entre iguales. ¿Qué me diferencia de ellos? Quizá que yo podría pagar esa comida y ellos no; pero a la hora de la verdad, aquí estamos, todos en el mismo sitio, gentes sin hogar compartiendo una Nochebuena que ha venido a traernos la Iglesia. Un poco de música y buena comida casera, tradicional polaca: borszcz, pierogi, bigos, herbata.

Sí, es la Iglesia Católica quien organiza el benéfico tingladillo. No el gobierno de políticas sociales, ni los radicales rompefarolas, ni la izquierda “solidaria”, no digamos los anti-iglesia; éstos están todos –todos– pasando la cristiana Nochebuena con sus familias. Sólo la Iglesia –la denostada y atacada Iglesia– es capaz de regalar una Nochebuena a los vagabundos de la ciudad.

Hablo un momento con la señora que está al cargo. Quisiera darles unos billetes, contribuir a su labor, recompensar al menos la comida caliente, el té, la música y el ratito en compañía; pero no me los coge. Esto no se paga –me dice–, pero si quieres puedes darle las gracias al Señor. ¡Ay, señora!, eso es precisamente lo que no puedo…

Al cabo, regreso al hotel. Caminando por las frías y desiertas calles de Bialystok, bajo la luna llena, soy otro vabagundo más que regresa a su guarida; un vagabundo que ha pasado la Nochebuena entre sus iguales.


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