En abril de 2009 publiqué un blog que ahora reproduzco aderezado de nuevos datos e intuiciones. Dediqué este blog a un joven e impar poeta llamado José Antonio Padilla y, de manera más particular, a su libro titulado Noches áticas. Desgraciadamente, nuestro poeta nos dejó hace ya un tiempo en lo mejor de su vida. Parece que con algunas personas se cumple trágicamente la sentencia de Menandro, es decir, aquella según la cual mueren jóvenes aquellos a los que los dioses aman. Ahora, releyendo a Cortázar, descubro o intuyo nuevas lecturas. POR FRANCISCO GARCÍA JURADO
Cuando en 2007 andaba redactando la introducción a mi selección de las Noches áticas de Aulo Gelio dediqué unas cuantas páginas a la magia de su título. Me puso en la pista de esta magia un trabajo escrito por el profesor Amiel Vardi, de la Universidad Hebrea de Jerusalén. El trabajo versaba sobre la especial naturaleza de este título, que no se refería al contenido de la obra, sino a la circunstancia en que fue escrita: la noche en la campiña ática. Citaba en mi introducción otras obras que también se referían en su título a la noche, como las Noches lúgubres de Cadalso o las Noches florentinas de Heyne.
De casualidad, como suelen ocurrir algunas grandes cosas, descubrí que había un libro de poemas, publicado en 2007 y titulado precisamente Noches áticas. Su autor, José Antonio Padilla, joven poeta nacido en 1975 en Álora, había puesto a su libro el mismo título de Gelio, jugando, por cierto, con el doble sentido de la palabra "ática": posibles noches literarias en el Ática, pero también noches reales vividas en un ático. Al cabo del tiempo quise ponerme en contacto con José Antonio Padilla. Busqué en la guía telefónica y di con su homónimo, un hombre mayor, encantador, que se sintió muy honrado por llamarse igual que un poeta. Al cabo de un par de días, este otro José Antonio Padilla me llamó para decirme que había dado con el paradero del poeta. Vivía en Álora, el lugar de su nacimiento, y por lo que pude entender me dijo que andaba algo enfermo.
Obligaciones varias hicieron que postergase un poco mis indagaciones, incluso la compra de su libro. Tras todas esas indagaciones me enteré por internet de que José Antonio Padilla había fallecido, increíblemente joven. Poco después de esta horrible noticia me llegó el aviso de correos que traía su preciado libro. Llegué tarde, pues, para escribir este blog acerca de estas nuevas Noches áticas. Cuando abrí el libro vi que, en efecto, había en él, a manera de cita, un pequeño homenaje al título del autor latino: "Noches áticas. A. Gelio". Allí estaba la confirmación de aquella conciencia de Gelio por parte de un poeta que, ademas, era filólogo hispánico. Entonces pensé en jugar a leer aquel elegante libro de poemas desde la perspectiva de mi propia lectura de Aulo Gelio. Un primer poema se titula, ya para empezar, "Disciplina", no sé si con intención. Si Gelio pasaba sus vigilias leyendo, escribiendo y, en el fondo, aprendiendo ("aprender" se dice en latín "discere", de donde viene la palabra "disciplina") en un "ordo fortuitus", Padilla nos habla de que
"la vigilia persigue un orden que siempre es demente
mientras nos asombramos de estar vivos"
La otra noche, mientras leía el capítulo segundo de Rayuela, escrita por Julio Cortázar, un párrafo sublime me recordó este poema:
"Llegué a aceptar el desorden de la Maga como la condición natural de cada instante, pasábamos de la evocación de Rocamadour a un plato de fideos recalentados, mezclando vino y cerveza y limonada, bajando a la carrera para que la vieja de la esquina nos abriera dos docenas de ostras, tocando en el piano descascarado de madame Nouguet melodías de Schubert y preludios de Bach, o tolerando Porgy and Bess con bifes a la plancha y pepinos salados. El desorden en que vivíamos, es decir el orden en que un bidé se va convirtiendo por obra natural y paulatina en discoteca y archivo de correspondencia por contestar, me parecía una disciplina necesaria aunque no quería decírselo a la Maga."
En particular, la presencia conjunta de las dos mismas palabras en cada texto, "disciplina" y "(des)orden", me han llevado a esta intuición que tanto recuerda a las que Borges sugiere para los precursores de Kafka. Si soy capaz de confirmar esta impresión, podría acaso afirmar que Ignacio Padilla ha fundido admirablemente dos lecturas distantes pero mágicamente conectadas: la de las Noches áticas de Gelio con la Rayuela cortaciana. De hecho, en ambas obras el desorden adquiere una peculiar forma de organización vital.
Padilla termina su libro con un poema titulado "Madrugada", que comienza así:
"Cada vez que te asomas a mis labios nada es tan terrible como vivir"
Gelio recoge entre sus páginas unos versos amorosos atribuidos a Platón que me recuerdan igualmente los versos de Padilla:
"Mientras besaba a Agatón mi alma acudía a mis labios, la muy desdichada quería atraversarlos."
El amor es un tema común tanto en Cortázar como en Padilla, mientras que en las Noches Áticas de Gelio tan sólo se vislumbra por medio de estas citas circunstanciales.
Lejos está de mi intención buscar entre ambas obras, esencialmente dispares, relaciones o ecos. Sé que la noche es lugar mágico para leer, escribir, para soñar, para amar... El libro de José Antonio Padilla supone el elogio de un gran titulo, lo usa como título propio y como cita, y lo asimila para su propia realidad y nos lleva a la evocación de Cortázar.
Ya no podré hablar con José Antonio Padilla sobre un tema tan maravilloso y cautivador. Me queda, como a Montaigne ante la pérdida de su amigo La Boetie, esta posibilidad de diálogo que se asoma tras las páginas de los libros: ahora soy su lector, ahora quedo al otro lado de la cubierta impresa y del tiempo, ahora me siento impotente ante la vida, cuando menos, la real, la que se aleja de los sueños para convertirse, sin embargo, en otra forma de sueño. FRANCISCO GARCÍA JURADO H.L.G.E.