Revista Filosofía

Noches de luz

Por David Porcel

Y esa luz de sentido, al mismo tiempo, alumbrará a los demás, quizá para acercarse a ella, y vivirla juntos, reunidos. Viviendo entre niebla es lo que funciona. Una luz cándida a lo lejos. Una luz que acaricia, y nos abriga, de sentido. Una luz que nos recuerda que no estamos solos, porque hay quienes se han acercado a ella, a refugiarse en su calor nada abrasador. Vivir a la intemperie es estar sobre la tierra y bajo el cielo. ¿O acaso alguien puede volar hacia lo profundo o caer a las nubes? La vida es cura y cuidado. El cuidado, como el tacto, tiene esa preciosa cualidad de generar amistad: tocar es ser tocado, cuidar es ser cuidado.

Noches de luz

“El plato en la mesa, el aceite y el pan. La mesa servida, la olla humeando y los vasos empañados por el vapor del caldo. ¿Qué es lo que aleja esta imagen cotidiana de la experiencia nihilista? ¿Por qué no se aviene con los escenarios del vacío y del absurdo? ¿Con qué la asociamos? ¿Hacia dónde nos conduce? El plato en la mesa, con lo que se cocina –o se solía cocinar- en casa; nada sibarita ni sofisticado. Asociamos la imagen, sobre todo, con el cuidado que supone cocinar para los demás, la compañía y el amparo casero. También, naturalmente, con el placer de comer. Y con la memoria de los «elementos». El aceite para aliñar evoca el olivo y la tierra firme donde se enraíza y el cielo luminoso hacia donde se eleva; el fruto maduro, los trabajos de recolección y el prensado de la almazara. También el pan nos descubre el cielo y la tierra, los vastos campos de trigo lindantes con el azul, pero enseguida nos lleva de nuevo hacia lo más primordial: los demás”. (Josep Maria Esquirol, La resistencia íntima)


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