Revista Cultura y Ocio

Noches de Ópera: "Il Trovatore" con Maria Callas

Publicado el 28 septiembre 2009 por Gino
Noches Ópera: Trovatore
Nápoles
27 de enero de 1951
LEONORA - MARIA CALLAS
MANRICO - GIOCOMO LAURI-VOLPI
AZUCENA - CLOE ELMO
CONTE DI LUNA - PAOLO SILVERI
FERRANDO - ITALO TAJO
INES - TERESA DE ROSA
RUIZ - LUCIANO DELLA PERGOLA
UN VECCHIO ZINGARO -GERARDO GAUDIOSO
UN MESSO - GIANNI AVOLANTI
ORCHESTRA AND CORO DEL TEATRO SAN CARLO DI NAPOLI
TULLIO SERAFIN
La presente función preserva a una joven (veintisiete años) Maria Callas en el ápice de su forma y cantando uno de sus mejores papeles. La intérprete se muestra arrolladora, con ese fraseo capaz de electrizar sólo con un recitativo ("Al vincitor supremo serto") y dueña de todos los recursos canoros necesarios para cantar el Verdi temprano. Esto es particularmente cierto en los abandonos líricos y el canto florido. Así en "D'amor sull'ali rosee", impresionan los trinos, los signos expresivos y las notas de embellicimiento (admirables el dolce y la impecable escala descendente en "Conforta"), todo integrado en una línea de canto que sigue fielmente las indicaciones verdianas de crescendo y diminuendo. La página concluye con un extático hilo de voz tras una perfecta cadencia. En numerosos pasajes Callas crea esta ilusión de un timbre bello y evocador a pesar de que su voz por lo general no fue grata. Naturalmente otro de sus puntos fuertes es la escena del "Miserere", expuesta con una rotundidad que aún espera rival, pero también revelando la intención de los silencios que irrumpen entrecortando las últimas frases. En cuanto a los pasajes de coloratura, más que la precisión, el logro de Callas como siempre es el carácter de sus agilidades, potentes y timbradas. Sólo se le puede reprochar el exhibicionismo de algunos momentos, como el cierre de "Tacea la notte placida", en plena voz y en la octava alta, de forma poco apropiada para este nocturno (aparte de que la última nota es más bien fea). Por otro lado en su aria hay un do agudo que dispara de forma casi escandalosa, lo cual lo desconecta del carácter elegíaco de la página. Los registros medio e inferior ya tienen el típico entubamiento esofágico que tanto se le ha criticado (por ejemplo al comienzo de la cavatina) pero de momento el equilibrio entre registros estaba bajo control.
Igualmente polémica fue la voz de Giacomo Lauri-Volpi, otro cantante que trajo al S. XX el viejo estilo belcantista. Con cincuenta y nueve años, alguien podría tener la tentación de hablar de "las ruinas de Lauri-Volpi", pero siendo justos podemos decir que lo que se escucha es más bien la estructura de una voz, la técnica, desaparecido el resto de elementos que la debieron constituir años atrás. Aún admirablemente firme, pero sólo la estructura. El timbre como poco causa extrañeza, áspero, nasal y previsiblemente desgastadísimo. Los agudos siguen estando allí (sube al reb al final del primer acto), pero suenan estentóreos y planos, como parece el destino los tenores de agudos trompeteros. Al final de la "Pira" él público se divide entre las peticiones de bises y los buhs. Por otro lado musicalmente sigue fiel a sus antiguos vicios: su Trovador quiere ser un héroe adolescente, pero acentúa de forma amanerada, además de incurrir a menudo en el falsete al cantar piano (delito del que a tantos acusó sin razón). Tampoco faltan sus habituales descuadres. A su favor, la fuerza de algunos pasajes donde se vislumbra lo que debió de ser este cantante.
Cloe Elmo fue una cantante extraordinaria que no desarrolló la carrera que merecía. Aquí ya muestra un registro agudo un poco justo, de hecho evita varias puntature: por ejemplo el sib del "Sei vendicata, o madre". Sin embargo el timbre, casi de contralto, es perfecto para Azucena: profundo y cálido en el grave (nunca abierto) con una soldadura admirable entre registros y una emisión mórbida y ligera. Elmo cantaba al viejo estilo, sin el fraseo analítico del intérprete moderno (como testimonia la comparación con Callas): se basaba sobre todo en una conmovedora tendencia al canto legato, la acentuación emotiva y sencilla del recitado (por ejemplo "Io la seguia piangendo", "fermarsi e benedirmi") y la dulzura de la media voz para sugerir recogimiento o ternura. Raras veces se han escuchado con posterioridad las nostálgicas cantinelas de "Giorni poveri vivea" o "Ai nostri monti" con tales humanidad y belleza. Aún menos habitual ha sido la ausencia total de exageraciones o recursos de mal gusto en "Condotta ell'era in ceppi ".
En cuanto a Paoli Silveri , sin duda se perciben en su emisión los rasgos de la decadencia de la cuerda con respecto a los grandes barítonos de los años 20, pero también hay que reconocerle que en el contexto de los 50 era un gran profesional. Los agudos están timbrados, en el "Balen" se esfuerza por ofrecer una media voz plausible y acentúa con vigor sin caer en el ladrido.
Italo Tajo fue un experto en estos papeles de carácter. Como Ferrando pone en juego las mismas virtudes que hacían de él un Banquo o un Sparafucile insuperable: por encima de todas, el saber recitare cantando, anteponiendo la variedad de acentos y claroscuros al mero despliegue vocal en el que han caído voces posteriores de más fuste. Además reproduce con rara corrección y ligereza las notas breves y saltos interválicos de su racconto, tantas veces pésimamente ejecutados.
La toma, como todas las del Teatro San Carlos, es menos que aceptable, con una orquesta demasiado cercana. Tullio Serafin, mentor de Callas, favorece las variaciones y el rubato en el fraseo de sus cantantes, lo cual es de agradecer.
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