Llevaba tiempo sin reencontrarme con el Woody Allen que me interesa y me atrapa. Pero todo llega y, después de dos películas fallidas, Allen vuelve a despertar a su genio con esta delicia llamada Midnight in Paris. Tan deliciosa es esta ciudad como las sorpresas que guarda para quienes buscan algo en ella.
Unos primeros compases nos introducen en la ciudad de la luz, lentamente, hasta llegar al anochecer. Entonces empieza el cuento y están por plantearse grandes cuestiones. Como en el resto de la filmografía del director, tenemos aquí un nuevo retrato del ser humano, de sus fobias y filias, sus manías, inquietudes, insatisfacciones. En París hay muchas formas de escapar de la realidad, ésa que a veces nos hace pensar que otros tiempos fueron mejores.
Los actores se adaptan bien a los clichés de Allen, con un sorprendente Owen Wilson en el papel que habría encarnado el propio director de haber sido más joven. También están magníficos Marion Cotillard, otra soñadora inconformista, o Michael Sheen, que borda a un pedante insoportable. En el guión encontramos crítica política, social y arte, mucho arte, de la mano de algunos personajes que añaden valor al París actual y también a la historia de la cultura.
Lo fundamental es contar historias, algo que Allen borda sin recursos técnicos superfluos. Solo sencillez, calidad y una luz muy bien utilizada. Así es como se crea la magia en un paseo hechizante por calles que ha conseguido retratar brillantemente. Todo ello enfocado hacia una evasión que podría llevarnos a lugares inesperados.