Les quiero compartir cinco cuentos que escribí y tenía guardados entre papeles y archivos digitales. El quinteto habla de amor, o de algo parecido al amor. Más que nada, del enamoramiento, para ser más precisos...
Todos transcurren en la noche. La luna, las estrellas y el cielo negro son escenarios, ambientes que permiten besos, pasiones, ternuras, sorpresas. Ojalá los disfruten.
Sentada en las piedras húmedas, la sirena mira la luna llena. Ha escuchado de la boca de pescadores que un conejo habita el suelo lunar. Ella mira, escruta la palidez lejana, achica los ojos para enfocar y finalmente lo descubre. La mujer-pez se deja tentar por la ternura. El conejo está allí y ahora sus ojos se clavan en los de la sirena. Entonces, la cola de pez golpea el agua, el vientre liso se contrae en una fuerza instintiva, los pulmones bombean el aire guardado y la voz de aquella mitad de mujer se libera al infinito en un canto sin igual.
Dos pescadores miran aterrados cómo la luna se precipita hacia las aguas.
Entraron a la casa comiéndose a besos. Enredados en el abrazo se fueron quitando la ropa, los prejuicios, los adornos y las dudas. Subieron las escaleras ardiendo de pasión, mordiéndose la boca y transpirando recuerdos. Llegaron desnudos a la habitación, la sangre hirviendo, respirando a puro suspiro, a puro gemido. Fueron un torbellino de caricias incendiarias que a su paso arrasaba con todo. Cayeron al suelo la silla, las ideas inútiles, los cuadros, los sentimientos acobardados y el portalápices del escritorio que se desparramó en la alfombra. Ella tomó un lápiz, él se le enredó en la cintura y juntos, la escritora y el cuento, hicieron el amor sobre una hoja de papel.
- Tengo una propuesta indecente - le dijo ella la penúltima noche de septiembre - ¿te quedarías a dormir conmigo... pero sin sexo?
El hombre accedió sin pensarlo dos veces, sin dejar de abrazarla. La mujer se desprendió del abrazo y del botón que ceñía su pantalón mientras entraba con él a la habitación oscura. Se abrazaron, si es que aquel enredo tibio lleno de pasión latente podía llamarse abrazo, e intentaron dormir. Y durmieron. Pero cuando él despertó con aquella mujer quemándole la piel olvidó su promesa. Le hizo abandonar el sueño a fuerza besos, la trajo al mundo de los desvelados con el frenesí de mil caricias y la salvó de sus pesadillas incendiando las pocas ropas que aún los cubrían. Ella despertó como despiertan los volcanes, con el ímpetu de un fuego que consume la tierra haciéndola vibrar.
Es la última mañana de septiembre y, mientras dos hacen el amor y lo desarman para volverlo a hacer, una propuesta indecente se consume como un papelito absurdo olvidado en un edificio que se incendia.
El astrónomo, obsesionado con hallar una nueva constelación en el cielo, dejó de buscar cuando descubrió una estrella en cada lunar del hombre que llegó a su cama.
Era la primera vez que vería un eclipse de luna. Subí a la terraza del edificio para ver más de cerca cómo nos interponíamos entre los astros. Me llegó tu mensaje: " En un ratito llego ". Fumé una pipa mientras te esperaba. La luna aún estaba blanca, enteramente blanca.
Llegaste. Dejaste tus cosas en el departamento, preparé mate y subimos a ver la luna. Intentamos conocernos hablando sin parar de todo, menos de nosotros mismos. Pero te quedaste callada de golpe, y me miraste con una fuerza como para olvidar cualquier eclipse. Pregunté como un idiota en qué pensabas. " En nada... ", contestaste y pediste otro mate. Hablamos del conejo estampado en la cara de la luna antes que la sombra de la Tierra pintara de rojo el suelo lunar. Volvió el mate desde tu mano a la mía y demoramos el roce de los dedos un poco más de lo que dicta la costumbre. Y otra vez el silencio, y tus ojos mirando mis ojos que bajaron a mirar tu boca, la que se acercaba sin prisa a la mía buscando saber por primera vez a qué saben los besos cuando la luna se sonroja.
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