Casi puedo sentir el extasis y la caída de una civilización. No necesitamos de lo que carecemos ni abunda en nosotros eso de lo que creemos tener suficiente. No somos, ni fuimos eso que creemos ser porque solo lo somos para nosotros y afuera esta lo que verdaderamente es y nos es completamente ajeno. Algún día seremos como los dioses, eternos porque no existen. Somos los moradores de una casa que no nos pertenece, fieles en la procesión que no lleva a templo alguno. Quiero vivir la vida mística de un monje y saber lo que se siente luchar por no ser consumido por la lujuria. Quiero ser parte de una tribu de rituales radicales y sangrientos. Quiero toda vanidad menos la mía, porque mi vanidad consiste en soñar con no tener alguna y esa es la peor de las vanidades. No sentirme tentada a responder a ningún estímulo que se me presente. Soy indiferente y desapasionada ante todo lo que logró porque lo logro sin el menor esfuerzo, lo cual sin duda quiere decir que por más que trato de no sentirme humano lo sigo siendo. Ninguna parte de mi entiende que me pertenece, todas se exaltan y se confunden y solo reproducen este rostro vacío. Intenciones atrapadas por la ansiedad. Inmoralidad interna que se traduce en un alta estima. Cuando vivo olvido que estoy viviendo y luego siento nostalgia por no poder vivir. Soy este tumor en mí misma, y eso no se puede explicar, y me dices: hay que extirpar de inmediato, no dejes al pensamiento coagular. Por un momento siento optimismo, por un momento pienso que sí se sobrevive al impacto del abismo, a la catástrofe de definirse y encontrarse. Se me ofrece el feliz silencio de la conexión con la oscuridad pero eso equivale a destruirme y aún no estoy lista para la cura.
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Arte: grabado de Francisco de Goya