El soneto es refugio de cobardes
palabras que no logran estar vivas
sin la armazón segura en que, cautivas,
amparan su existencia y sus alardes. Espejo de rutina y tinta inerte,
ni una gota de vida verdadera
corre por sus renglones: sólo huera
materia consonante con la muerte. Es lo que es cuando lo cifra todo
en repetir y encorsetar sin pausa
los tópicos más rancios sin cansarse. Pero el poema aún vibra en este modo
de chasquear la lengua si su causa
es la vida que quiere pronunciarse. El soneto no es cosa de cobardes
si en él quema la lumbre en la que ardes.
«Selfisombra entre cantos». ©️AJR, 2018.