En 'La soledad del corredor de fondo', a un pibe interno en un reformatorio, con buenas condiciones atléticas, lo instan a entrenarse por los bosques cercanos. Trota/corre el muchacho pensando en sus cosas, muy distintas a las del alcaide, mientras mastica cortezas de árbol, 'quizá con querochas', dice el autor, y en su día leí que la querocha es la puesta de huevos de la abeja reina.
Pues bien, en lo que siego 15 carros de tierra, bajo un calor infrahumano, voy rumiando el IRPF, con
querochas y alguna vaina de la cosecha periodística. Por ejemplo, que alguna desorganización ecologista deplora la suelta en altamar de una cría de delfín varada en la playa. A su juicio -es un decir-, soltarla sin más la sentencia a muerte y lo prudente hubiera sido amamantarla en un centro DENA (delfines no acompañados), es de suponer que invirtiendo mi IRPF en cursos formativos para el noble arte de la lactancia delfinera. (De implantar al animal sendas prótesis de rodilla, para que ponga en marcha un negocio de horticultura, no han dicho nada; parecen notar que fuera del agua respira con dificultad.)Apenas dos periódicos después, leo que una brigada de bomberos se las ve morenas para sacar a una novilla de una hoya. Acaban liberándola tras varias horas de esfuerzo, con enorme orgullo profesional, pero dos bomberos tienen que ir a Urgencias por lesiones de diversa consideración, dada la proclividad de las novillas a largar patadas, estas sí, de considerable impacto. Vaticino que algún bombero estará un tiempo de baja, de modo que por 'salvar' a una novilla, bien pudiera suceder que otro bípedo en apuros no reciba suficiente asistencia. Compréndalo, buen hombre, ¡cómo se le ocurre meterse en problemas precisamente en la Semana Lilaflor de la Novilla Desamparada!
Noñitis. Una inflamación aguda de los sesos que te vuelve cursi, en primera instancia, e idiota del todo, si no llega el suero a tiempo.
Ha emergido una tribu urbana de intenciones poco claras. Si hace unos años adquirió siniestra fama la 'mara' centroamericana, ahora andamos a vueltas con la 'MENA'. Es un acrónimo temblequeante que significa 'menores no acompañados', lo que más en corto diríamos extranjeros huérfanos. Ya tiene sus perendengues cómo han llegado aquí, cuando nuestros bachilleres no saben ni lo que quieren hacer en octubre, pero lo gordo es que los tenemos aquí haciendo el nini, saliendo en grupo a tirar piedras o a desarrollar actividades menos confesables. Opina el ñoño -y en esto no cede un milímetro- que son diablillos traviesos, nada que el sector público no pueda encauzar con tanta delicadeza como anchísimas tragaderas.
Por donde vivo hay que segar y atropar, amasar hormigón para pequeñas obras, acaldar piedras en los muros, desbrozar cunetas, recoger botellas tiradas por turistas y peregrinos sedientos, destruir nidos de avispas asiáticas, podar y aun talar árboles malajes, recebar praderías, acarrear escombro y enseres viejos al punto limpio... ¡Lástima de horarios no coincidentes! Cuando apechugo con esas tareas, da igual la hora, nunca acierta a pasar por allí ningún grupito de menas; me zampo la labor con querochas mientras los menas vegetan en su amoroso corrillo de educadores y oenegés. Que no hagan nada, los pobres, no vaya a ser que les salga una ampolla en el meñique y nos regañe un noño de Unicef.
Achicharrado, detengo la segadora y me viene a la mente la próxima campaña de 'balconing', una planta invasora cuyo fruto es el imbécil blando. El menda se hace pulpa contra el borde la piscina, aunque estaba persuadido de que la ginebra lo inmunizaba frente al leñazo, y enseguida sale un tertuliano ñoño responsabilizando a la sociedad -o sea, a mí-, como si no fuera bastante con haber dado pupitre y manutención al tontaina despanzurrado. Y retornará la incesante matraca: más gasto en educación, más maestros, más carteles informativos, más vigilancia, más subvenciones, más policías, más botellón, más turismo lechuguino. Más menas.
La bahía lame la arena de La Magdalena y habría que reponerla todos los años, como un castigo prometeico, para que los turistas tuesten las lorzas a su entera comodidad, pues es sabido que no hay más playas en Cantabria. La Universidad concluye que la mejor solución es preservar la arena de las dentelladas del oleaje con diques de piedra (la misma Universidad que, según la prensa, es líder mundial en ingeniería hidráulica), pero a los ñoños les encocora ver diques en el agua. Ven boyas, ven muelles y puertos deportivos, ven astilleros, ven puntales y pantalanes, ven dragas, ven rompeolas, ven la isla de Alcatraz, ven puentes colgantes, ven oleoductos, pero nada más los ven en otras bahías. En la 'suya' solo hay lugar para agua ionizada con yodo ñoño.
Claro que, ¿hasta dónde podemos exigirle al vulgo que no diga chorradas, viendo quién aferra el timón? Los regidores de Suances mandan reconstruir un lavadero, por cosa de patrimonio cultural, aunque un tal Henry Sidgier patentó la lavadora de tambor giratorio ¡en 1782! Recién se configura el nuevo gobierno cántabro -también es un decir- y resulta que Universidades va con Deporte, y Educación, con Turismo. Está todo dicho: marchando otra de querochas.