En 1997, Julio Bocca me invitó a Buenos Aires, para asistir a unas representaciones del Ballet Argentino en el impresionante Luna Park. Una de las coreografías era un solo sobre el poema de García Lorca «Llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías». Julio bailaba y Alfredo Alcón recitaba (el actor sufrió el día del estreno un desmayo que nos dejó a todos sin aliento); dirigía Norma Aleandro. Un par de días más tarde, tuve la oportunidad de ir a verla al teatro Maipo, donde interpretaba a Maria Callas en «Master class», de Terrence McNally, una obra en la que se recrean, muy libremente, las clases magistrales que la soprano griega ofreció en la Juillard School de Nueva York a principios de los años setenta.
Maria Callas es un personaje que me ha fascinado siempre. Escucho sus discos constantemente y leo todo lo que encuentro sobre ella. Por eso disfruté especialmente aquella velada; por eso y porque sobre el escenario estaba una de las más grandes actrices a las que yo he podido ver. Curiosamente, un par de días después se otorgaban en Buenos Aires unos premios teatrales; Elio Marchi, uno de los colaboradores de Lino Patalano (manager de la actriz, y también de Julio Bocca), me invitó a acompañarlos, y allí estuve, sentado junto a Norma, convencido de que ganaria el premio. No lo hizo, pero mantuvo su señorío en toda la gala.
Más de quince años después, Norma Aleandro ha recuperado a Maria Callas, y ha traído «Master Class» a España, primero a Madrid (Teatros del Canal) y luego a varias ciudades (La Coruña, Bilbao, Barcelona y Zaragoza). Su interpretación en esta obra es también una clase magistral. Pocas actrices he visto con su elegancia, con su jerarquía, con su dicción matizada e impoluta, con su peso específico y su personalidad. Su Maria Callas es una mujer soberbia, segura, insolente y altiva, pero también una mujer frágil y derrotada. Así era la cantante griega, que vivía en aquellos años los efectos de un terrible desengaño amoroso: Aristoteles Onassis, uno de los mayores millonarios del mundo, la había abandonado.
En «Master Class», McNally enfrenta a la Callas con Maria. Por un lado, está la cantante legendaria, a quien todos temen y admiran, capaz de destrozar las ilusiones de una joven soprabno con un comentario apenas pensado o de emocionarse ante la lágrima al escuchar la apasionada interpretación de otro joven tenor. Como contraste, también se nos presenta a la mujer que, lejos de los oropeles, las adulaciones y las galas de los escenarios, se encuentra sola... Profundamente sola. Una mujer que por amor -por un amor ciego, que nunca supo estar a la altura- lo ha perdido todo; ha perdido la voz e, incluso, a un hijo que esperaba. Así fue Maria Callas, que vivió sus últimos años aferrada al recuerdo de Onassis, a pesar del continuo desprecio que él tuvo hacia ella y hacia lo que significaba. «Mi canario», la llamaba cómicamente.
Y Norma Aleandro vive sobre el escenario esa dualidad: la artista incontestable y la mujer desamparada. La actriz transita por las dos caras de la moneda con clase y naturalidad, llenando especialmente de emoción sus dos conmovedores monólogos en los que Maria Callas, a través de su cuerpo y de su voz, desnuda su alma y pide compasión y cariño a un público inexistente.