Revista Cultura y Ocio

Norma Jeane, tan sola

Por Antoniobarba
Blonde

Blonde

Norma Jeane Mortenson (o Baker), su verdadero nombre, para sus íntimos; la icónica Marilyn Monroe, su nombre artístico, clave en la cultura popular y el imaginario colectivo de la segunda mitad del siglo pasado. Murió sin afeites, sin maquillaje, este 2012 hace cincuenta años, y posiblemente, quién sabe, nunca encontró ese yo interior que se afanó toda su vida por buscar, esa identidad propia sepultada bajo kilos de maquillaje e impostura, bajo el acoso de multitudes de admiradores y de acosadores. Marilyn, tan sola, como magistralmente la describe la escritora norteamericana Joyce Carol Oates en su novela Blonde, un tocho de mil páginas que se lee de un tirón por lo que tiene de buceo en el complejo yo interior de la actriz, y que deja un sabor de boca tan triste por la vida desdichada que llevó Marilyn, que murió (o la murieron; esto nunca quedó claro) con solo 36 años, dejando imágenes tan perdurables en el imaginario colectivo. La persona “mitificada por millones de desconocidos, mientras la mujer de carne y hueso vomitaba por la taza del retrete”, escribe Oates, convencida de que “el camino de la vida es ser algo más que nosotros mismos, ¿no?”, que anhelaba querer y ser querida de una forma que, al final, no pareció encontrar. De Marilyn a mí me gusta la mujer que latía debajo de todo el maquillaje, la persona doliente y sufriente que recuerdo haber visto en una foto de periódico hace más de veinte años, el rostro de una belleza serena y sin artificios. El semblante de Norma Jeane, que quedó bien retratado no en sus grandes producciones hollywoodienses, sino en su última película, Vidas rebeldes, un filme crepuscular sobre la recta final de un conjunto de perdedores tristes y solitarios, que ansiaban la libertad y la vida a pesar de la pena, buscando, como acaba la película, el rastro de la Estrella Polar. Marilyn murió al año siguiente de concluir el rodaje de Vidas Rebeldes, y su estrella, cincuenta años más tarde, no se ha consumido. El mejor homenaje que se le puede hacer es seguir buscando ese yo interior, buscándonos también cada uno nuestro yo interior, sepultado tan a menudo entre las toneladas de afeites y oculto por los temores e inseguridades con los que cada cual nos desayunamos todas las mañanas. Esa desesperación de que nos amen por lo que verdadaremente somos, y de amarnos también a nosotros mismos. Todos hemos conocido a Marilyn, pero no a Norma Jeane.


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