Revista Cultura y Ocio

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Por Ada

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Momo recorrió con la mirada la sala y preguntó:
—Para eso tienes tantos relojes, ¿no? ¿Uno para cada hombre?
—No, Momo —contestó el maestro Hora—. Esos relojes no son más que una afición mía. Sólo son reproducciones muy imperfectas de algo que todo hombre lleva en su pecho. Porque al igual que tenéis ojos para ver la luz, oídos para oír los sonidos, tenéis un corazón para percibir, con él, el tiempo. Y todo el tiempo que no se percibe con el corazón está tan perdido como los colores del arco iris para un ciego o el canto de un pájaro para un sordo. Pero, por desgracia, hay corazones ciegos y sordos que no perciben nada, a pesar de latir.
—¿Y si un día mi corazón dejara de latir? —Preguntó Momo.
—Entonces —replicó el maestro Hora—, el tiempo se habrá acabado para ti, mi niña. También se podría decir que eres tú quien vuelve a través del tiempo, a través de todos tus días y noches, tus meses y años. Regresas a través de tu vida hasta llegar al gran portal de plata por el que una vez entraste. Por allí vuelves a salir.
Michael Ende
De su libro MOMO


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