Esta semana hemos comprobado cómo se abrieron todos los informativos de radio, Tv así como los periódicos llevaban a sus portadas de papel y digitales con el asesinato de un sacristán en Algeciras a manos de un joven musulmán.
Ha habido declaraciones de toda clase por parte de la gente que se dedica a la política, a los medios de comunicación, a las tertulias, etc. y en todos los sentidos. Incluso algunas de ellas daban verdadera vergüenza escucharlas.
No seré yo quien diga que el asesinato de esta persona no haya sido importante, en absoluto. Por supuesto que lo es. Como todos los asesinatos y muertes violentas.
Y digo esto, porque igual que me parece importante el asesinato de este sacristán de Algeciras, me parecen importantes todos y cada uno de los asesinatos de mujeres y criaturas por violencias machistas incluida la vicaria.
Sin embargo, parece que se han normalizado estos asesinatos de mujeres y criaturas a manos de asesinos machistas. Que ya forman parte del “paisaje” habitual. Como si la muerte de tantas mujeres cada año fuera una especie de peaje que se tuviera que pagar para seguir avanzando, olvidándonos del sufrimiento previo de estas mujeres, así como del hecho de que tenían derecho a vivir una vida libre de violencias sin que nadie se la arrebatara, a su voluntad y sin las víctimas pudieran hacer nada.
Y digo nada porque hasta los sistemas de protección están fallando. Desde las instituciones las animan a denunciar, como si fuera tan fácil, para después dejarlas a su suerte en demasiados casos.
La ley de medidas de protección contra la violencia de género fue un gran avance, no lo niego en absoluto, pero tiene casi veinte años y la sociedad ha cambiado mucho en estos años, por tanto aquella “foto fija” del momento en que se aprobó ha cambiado. En lógica consecuencia, la ley habría que actualizarse.
Así mismo habría que fiscalizar mejor el destino de los fondos del Pacto de Estado y vigilar que ese dinero cumple en realidad los objetivos a los que debería ir destinado. Invertirlo en prevención y sensibilización para avanzar en la erradicación de todas las violencias machistas y, como consecuencia, en evitar los asesinatos de mujeres y criaturas a manos de machistas recalcitrantes que temen perder el control sobre ellas.
Normalizar estos asesinatos forma parte básica de otra estrategia que es la más peligrosa de todas: conseguir que se pierda importancia, de nuevo, de estos hechos socialmente y que, de ese modo, se deje de hablar de ellos y se invisibilicen. Forma parte de otro tipo de violencia machista: La estructural
No podemos olvidar que la violencia estructural de género o machista es aquella que se ha ejercido a lo largo de la historia como consecuencia de la naturalización de las diferencias biológicas entre mujeres y hombres. Y que esa naturalización dio paso a las desigualdades que se asentaron en las diferentes sociedades e instituciones que las gobiernan.
De ese modo era «natural» que las mujeres estuvieran fuera de los espacios de toma de decisiones de toda índole. Decisiones que también las afectaban.
Esta forma de exclusión patriarcal ha tenido como consecuencia directa el no haber tomado en consideración las necesidades propias de las mujeres y niñas en temas muy variados de sus vidas y que hayan sido tratadas como un único «corpus» sin voz ni apenas presencia y teniendo que ser representados por los varones de las familias que, en demasiados períodos de la historia, las han tenido consideradas como seres de segunda clase a quienes podían usar y explotar a su antojo.
Esta naturalidad en la desigualdad se ha traducido en una socialización diferenciada que nos sigue alcanzando hoy en día y en todos los órdenes: la familia, la escuela, los medios de comunicación, los iguales y sobre todo las grandes religiones monoteístas que son grandes espacios de segregación entre mujeres y hombres con unos discursos claramente patriarcales.
Así, aunque cada vez más sutilmente, se sigue preparando a niñas y niños para que respondan a roles heteroasignados y que tengan claro qué se espera de ellos por parte de sus familias y de la sociedad en su conjunto.
Y es a través de esa transmisión de valores donde entra en juego la «normalidad» de lo que significa ser mujer y ser hombre y en donde ya se ha naturalizado y neutralizado el reconocimiento de la violencia de género estructural.
De ahí que sea “más importante” para muchos sectores poblacionales y mediáticos el asesinato de un sacristán (hombre) que los nueve asesinatos de mujeres y el de una niña de 8 años solo en lo que llevamos de año. Y enero todavía no ha finalizado. De los nueve asesinatos, seis lo son de carácter íntimo y oficiales; Uno lo fue de un hijo a su madre y los otros dos son asesinatos no íntimos. Pero todos tienen un denominador común: Todas, incluida la niña, eran mujeres.
Como vemos diez mujeres, frente a un hombre y al que se le ha dado bombo y platillo ha sido al del hombre.
Y sigue habiendo quien se pregunte sobre la necesidad del feminismo…En fin. Recordemos que mientras exista una sola mujer asesinada por violencias machistas de cualquier índole, será necesario alzar la voz para denunciar estos asesinatos. Y ahí estaremos las feministas radicales.
Aunque haya quien se empeñe en negar la evidencia, o sea estos asesinatos machistas, les feministas no cejaremos en reclamar justicia y denunciar las violencias machistas.
Ben cordialment,
Teresa