Revista Cine
Ante similar intro, es difícil no quedar atraído por la película desde el primer segundo. Una espléndida unión entre el talento de Saul Bass para crear presentaciones y el de Bernard Herrmann en la composición musical. North by Northwest empieza siendo una película urbana, que vibra con el ritmo incesante de la ciudad de Nueva York. Pero no nos presenta un asesinato cometido en la Gran Manzana sino que nos conducirá a una trama de conspiraciones, con diversidad de escenarios, que irá aportando multitud de elementos que configuraron las bases de lo que hoy denominaríamos "thriller de acción".
Hitchcock quería que la banda sonora marcara, desde el principio, el tono de la película. El espectador debía percibir la intriga que presidiría el argumento pero también empezar a sentir el ritmo narrativo incesante a través de los agudos acordes de la partitura de Herrmann. Visualizamos la ciudad a través del reflejo de la calle en un acristalado edificio de oficinas. Casi parece que estamos ante un tablero de juego en movimiento, justo antes de empezar a ver la aparente normalidad de una urbe en hora punta. Calles en plena ebullición y gente presionada por el tiempo que lucha dentro de las oficinas y también fuera para lograr subirse en un taxi antes que otro. Incluso el propio director no es lo suficiente rápido para subir al autobús. No hay piedad para los lentos, no hay tiempo para pensar porque, en pocos segundos, tu oportunidad de conseguir lo que quieres o probar que eres alguien distinto puede evaporarse ante tus ojos.
El fragor al que ahora estamos tan acostumbrados ya existía en las ciudades norteamericanas desde los años 30 pero este caos organizado, este equilibrio inestable, te traslada una sensación perturbadora gracias a la música. Tal como hizo Vincente Minnelli en el inicio de Como un Torrente, presentimos que algo oscuro se va a cernir sobre el protagonista principal. Se trata de un uso impecable de la narrativa del sonido.
Y hablando del protagonista, le conoceremos rápidamente. El publicista Roger Thornhill (Cary Grant) es un hombre que lo tiene todo. Sofisticado y elegante, es un dominador absoluto del espacio urbano y se cree capaz de superar cualquier escollo. Resulta, pues, muy interesante que un personaje así se vea, de repente, privado de todo y tenga que moverse por terrenos inciertos y desconocidos. La película es la crónica del crecimiento de su personaje. Acostumbrado a una vida superficial, se ve obligado a comprometerse, a ir más allá de su egocentrismo, para salvar a otra persona. Sólo cuando el personaje del Profesor (Leo G. Carroll) le confiesa que Eve Kendall (Eva Marie Saint) es una agente doble, acepta Thornhill colaborar. Le vemos vulnerable por primera vez. El rey de Madison Avenue muestra sus pies de barro.
Para explicar esta historia que contiene muchos elementos improbables, Hitchcock debe suspender la lógica y convertir el escepticismo del espectador en credulidad. Y eso lo consigue con el movimiento, la emoción incesante, y el ritmo constante de la trama. A la narrativa del sonido, el director añade una de sus marcas de clase: la narración visual. Un factor determinante que halla su clímax inmortal en la secuencia, de ocho minutos, que acontece en medio de un paraje agrario y deshabitado, cercano a Chicago (en realidad East Bakersfield, en California). En ella, Hitchcock lo deja todo en manos de la cámara y, prácticamente sin diálogos, configura una de las escenas de suspense y acción más bien logradas de la historia del cine. En base a pequeños detalles que se van insinuando, la secuencia crece exponencialmente, aumentando progresivamente la tensión y centrando la mirada en un hombre, que está fuera de su entorno habitual, y que deberá enfrentarse a lo inesperado.
Y como no, el macguffin. Nunca llegamos a conocer los datos más importantes de esta conspiración de espionaje, tampoco sabremos el contenido del ansiado microfilm que centra el plan de Philip Vandamm (James Mason). Tales datos son una excusa para precipitar los acontecimientos. Intuimos que hay una lucha entre las grandes potencias por un gran secreto estratégico pero, revelar su contenido, sólo supondría un desvío hacia lo irrelevante.
Hablando de Vandamm o "Lester Townsend", cabe resaltar también su entrada en escena. Aparece en la sala en que retienen a Thornhill y demuestra, desde el principio, que es un villano de altos vuelos. Distinguido y refinado, no pronuncia ninguna palabra mientras parece rodear a su "invitado" en el camino hacia la ventana. Corre la cortina, enciende una luz e inicia su intervención con la misma distinción que ha mostrado hasta el momento. Hitchcock utiliza el contraste de luz para mostrarnos a la réplica oscura de Thornhill. Cree estar ante George Kaplan, está convencido de ello, y no se dejará engañar por lo que él concibe como "juegos de espías". Su aparente afabilidad no está exenta de brutalidad y pronto tendremos la oportunidad de descubrirlo.
En conclusión, podemos decir que, para unir todos estos elementos tan dispersos, se requería de un gran cineasta que fuera capaz de suspender la lógica del espectador convirtiendo la película en una auténtica obra maestra del entretenimiento y el suspense.
Es indudable que Con la Muerte en los Talones marcó un canon que seguirían muchas películas de espías en los años subsiguientes. Y, obviamente, la saga Bond, que estaba a punto de iniciar su andadura en el cine, se inspiró en el clásico de Hitchcock para situar las aventuras del agente 007 interpretado por Sean Connery. Es evidente que la secuencia en la que Bond es perseguido por un helicóptero en Desde Rusia con Amor (1963), guarda numerosos parecidos con la mítica set piece del avión en North by Northwest.
Ian Fleming siempre pensó en Hitchcock como director indicado para dirigir un film de Bond y llegó a enviarle un telegrama pero el realizador británico nunca estuvo interesado en ningún proyecto de la saga y la esperanza se quedó en nada. Lo mismo ocurrió con Cary Grant, que también era el preferido por Fleming para el papel de 007. Nunca llegó a recibir una propuesta formal puesto que se veía como una opción absolutamente imposible.
Otra influencia clara es, obviamente, la que vemos cada semana en los episodios de Mad Men. El showrunner Matthew Weiner ha reconocido, en más de una ocasión, que la caracterización visual de los personajes y el ambiente general de la película, contribuyó enormemente a la hora de definir la puesta en escena de la serie.