Aunque durante las últimas décadas Sara Montiel había reducido su actividad profesional a espectáculos puntuales como cupletera y a dejarse querer por la prensa del corazón, esta manchega que hoy nos deja a los 85 años víctima de una crisis fatal en su domicilio de Madrid, fue un símbolo artístico de la escena española durante el franquismo y la primera que allanó el camino para que interpretes nacionales como Penélopre Cruz
Tras desarrollar una fructífera carrera cinematográfica a caballo entre España y México durante los años 40, Montiel dio el salto a la meca del cine de la mejor forma posible, en el western de Robert Aldrick Vera Cruz, a la que siguieron otras participaciones reseñables en Serenade y Yuma, además de su matrimonio con el mítico realizador Anthony Mann en 1957. Fue entonces cuando la artista regresó a nuestro país reconvertida en símbolo del triunfo de la marca España y no tardó en convertirse en la actriz más conocida y mejor pagada gracias al éxito de títulos como El Último Cuplé y La Violetera. Una vez en la transición, su estilo sugerente y con ligeros toques de erotismo quedó sepultado por el descaro y la irreverencia del destape, obligando a la artista centrar su carrera en las facetas como vedette y cantante, donde también disfrutó de éxitos como Bésame Mucho y Fumando Espero.
Aficionada a los cubanos -a los puros, se entiende-, no nos cabe duda de que allá donde esté seguro que tiene a más de un hombre a sus pies ofreciendo fuego.