Colombia encarna un entramado histórico viciado de tragedias, violencia, subyugación y profundas desigualdades. No somos muy diferentes a nuestros vecinos más cercanos ni a la mayoría de países que coexisten con nosotros en América Latina. Sin embargo, hoy, cualquier colombiano o colombiana que posea un mínimo de humanidad en lo más profundo de su ser, debe, necesariamente, constreñirse, indignarse, sentirse atacado de manera directa como consecuencia del recrudecimiento de la violencia en contra de nuestros líderes sociales en el marco del posconflicto, y sobre todo; asombrarse. En pleno siglo XXI, distamos como región de entrañar el desarrollo y la civilización, pero ello no hace menos aborrecible la cotidianidad impregnada de violaciones masivas a los Derechos Humanos.
Así pues, quienes constituyen el objetivo de esta problemática social en Colombia, son ciudadanos y ciudadanas de a pie, que cometieron el crimen de repensar el país desde nuevas perspectivas, y dedicar su vida a respetar y hacer respetar los DD.HH. como algo fundamental e imprescindible en cualquier sociedad decente. ¡Vaya atrevimiento! no tenían idea de que, como nación, aún nos debatimos entre la ignorancia generalizada e institucionalizada y el fanatismo ciego hacia personajes nefastos e indeseables que, literalmente, se cagaron este bello terruño.
En este momento, somos un país inviable para todo aquel que pretenda un mundo mejor. Se diría que la esperanza son las nuevas generaciones, que desde la educación podríamos transformar radicalmente este remedo de sociedad que nos legaron los traidores de la patria. No obstante, es preciso ser más prácticos y realistas, ¿cómo transformarlo todo desde la educación temprana y sus bases, si cada institución (por más neutral que parezca), está permeada irremediablemente por la naturaleza mezquina y corrupta del sistema? ¿por algo estructural como el neoliberalismo, un sistema pensado para una minoría nacional e internacional? ¿cuál es, entonces, el camino a seguir? ¿cómo evitamos que sea el niño de una comuna en Medellín, o la niña nacida en zona rural de San Vicente del Caguán-Caquetá, los que más adelante asesinen a otro líder o lideresa social por una suma irrisoria?
En ese sentido, cabe analizar la gravedad del asunto en cuestión, desde la implementación del Acuerdo de Paz han sido asesinados 217 líderes sociales según el diario El Tiempo. Nos están matando y no está pasando nada. A nivel nacional, las autoridades correspondientes se limitan a exteriorizar que se trata de crímenes “aislados”, o en su defecto, exponen de manera más que irresponsable y cínica que se trata de “líos de faldas”, como diría el Ministro de Defensa Luis Carlos Villegas para el año inmediatamente anterior. Si ese es el terrible panorama dentro de nuestro país, ya podemos vaticinar lo que hará la Comunidad Internacional, como bien saben hacer y se han vuelto expertos en mirar hacia otro lado cuando no se trata de algún asunto que atente contra los intereses de la omnipotente potencia del Norte; Estados Unidos.
En Colombia los criminales y terroristas de Estado tienen total impunidad, el presidente Juan Manuel Santos no le cumplió al pueblo colombiano, no le cumplió a los reinsertados y lo más determinante y triste; no le cumplió a las víctimas. Se te agradece el esfuerzo, Juanma, pero, el compromiso iba mucho más allá. Es inaudito que hasta hoy, éste no se haya pronunciado como se esperaría de un Jefe de Estado frente a esta problemática que no da espera.
En conclusión, nos están matando y es sistemático. Nos están matando y quienes lo hacen tienen total impunidad. Nos están matando y las autoridades correspondientes se yerguen junto al resto del mundo como meros espectadores. Nos están matando y una de las soluciones plausibles es la educación, pero no es una solución inmediata. Ante el asesinato de nuestra gente necesitamos inmediatez, ¡actuar de ya! ante la violencia injustificada contra el pueblo; ni perdón ni olvido. Ante la violencia y el asesinato de nuestra gente con total impunidad; ¡vías de hecho y movilización social ya!