Artículo publicado en la revista El Horr
Desde que la coleta baja volvió a ponerse de moda, no fuimos pocos los que nos preguntamos cómo era posible que no generara más alarma el que alguna de las nuevas formaciones que iban copando las cadenas de televisión terminase asumiendo el poder. Y, en cierto modo, era un miedo comprensible. Cuando uno está a punto de entrar en un quirófano, lo que le asusta es el bisturí del cirujano y no el tumor que empieza a extenderse por todo el cuerpo. Porque el tumor forma parte de uno mismo, aunque duela. Como el bipartidismo.
Cierto es que siempre llega un momento en el que uno no es capaz de saber si le teme más a lo que conoce o a lo que cree adivinar de lo que desconoce. Y, entonces, malo conocido, suele caerse en la tradición. Existe un proverbio checo que reza "El hábito es una camisa de hierro" Vista así, la costumbre sería la peor inclinación a la que uno puede rendirse. Pero, en las últimas elecciones, los andaluces han dado buena cuenta de ella lanzándose a renovar sus votos por el partido que les ha desvalijado las arcas públicas y cediéndoles la segunda posición a los responsables del lodo en el que nos hundimos, lo que es tanto como decir que aquí no ha pasado nada. Era tal el miedo que se había puesto en los riesgos de implantar en nuestro país una economía caribeña y un presidente en chándal, que reculamos a tiempo y abrazamos a los de siempre, como si no hubiera nada más, como si no hubiera nada de menos. Y ponga otra ronda, jefe, que esto ya casi no duele.
Aunque se diga, que se ha dicho, que estamos saliendo de la crisis económica, lo que nadie puede decir es que estemos saliendo de nuestra crisis mental. ¿Qué es lo que tiene que hacer o dejar de hacer un gobierno para que la respuesta de las urnas no vuelva a ser un resultado cantado? Efectivamente, hemos salido de la crisis si salir de la crisis consistía en convertirnos en un país más pobre y en acostumbrarnos a vivir allí abajo. A costa de muchos sacrificios, a costa de muchas vidas y a fuerza de mucha corrupción. Y nos volvemos a mirar atrás, si nos volvemos, y de nuevo le damos la mano a lo que nos trajo hasta aquí.
El ciudadano español debería saber que votar a un gobierno corrupto lo convierte en cómplice de corrupción. El voto no es un vómito de primera hora en una caja de metacrilato, es un reconocimiento y un acto de conformidad con lo que se vota. Que los andaluces hayan votado mayoritariamente al PSOE, con sus EREs y sus festines de media mañana revela que hemos convertido la corrupción en un pasatiempo para congresistas. Y, sí, hoy han sido los andaluces, pero mañana seremos todos los españoles, que, con nuestra intención de voto, seguimos colocando al PP a la cabeza de las listas con sus dobles contabilidades, sus cuentas en Suiza, sus privatizaciones, su gurtel, sus tarjetas negras, sus viajes de placer y su interminable sólo sé que no sé nada. No medimos lo que hacemos ni lo que estamos a punto de hacer. Parecía que habíamos comprendido que la corrupción, por un lado, o la limpieza en la gestión, por otro, debían ser los principales factores a tener en cuenta a la hora de regresar a los colegios electorales. Y, sin embargo, una vez más, incluso esta vez, no ha sido así ni tiene pinta de serlo.
En un país en el que no hay decisiones judiciales, debería haber decisiones populares, actos de conciencia, puñetazos en la mesa electoral. Pero, para nuestro particular consuelo, y como de forma muy reveladora nos hizo saber Cospedal inaugurando un mirador desde el que nada se veía, "la corrupción afecta a todos por igual" porque igual es colarse en un museo sin pagar que despilfarrar una millonada en pro de la construcción y desviar una buena parte por las cuentas del mundo. Así lo hemos entendido y, en nuestra inconsciente juventud democrática, hemos resumido estos cuarenta años como una larga emisión de PP y PSOE y viceversa que no termina de cautivar pero engancha. Digamos, pues, que la identificación de un país saqueado, desahuciado y cabreado con la panda de bandoleros que lo dirigen queda nuevamente probada y que la corrupción, la que fuera la segunda preocupación de los españoles según todas las encuestas, el primero y principal mal de nuestra política, existe porque nos gusta, existe porque la votamos y podría obedecer a una crisis mental asumida o a esa famosa fuga de cerebros que ya alcanza incluso a los que se quedan.
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Desde que la coleta baja volvió a ponerse de moda, no fuimos pocos los que nos preguntamos cómo era posible que no generara más alarma el que alguna de las nuevas formaciones que iban copando las cadenas de televisión terminase asumiendo el poder. Y, en cierto modo, era un miedo comprensible. Cuando uno está a punto de entrar en un quirófano, lo que le asusta es el bisturí del cirujano y no el tumor que empieza a extenderse por todo el cuerpo. Porque el tumor forma parte de uno mismo, aunque duela. Como el bipartidismo.
Cierto es que siempre llega un momento en el que uno no es capaz de saber si le teme más a lo que conoce o a lo que cree adivinar de lo que desconoce. Y, entonces, malo conocido, suele caerse en la tradición. Existe un proverbio checo que reza "El hábito es una camisa de hierro" Vista así, la costumbre sería la peor inclinación a la que uno puede rendirse. Pero, en las últimas elecciones, los andaluces han dado buena cuenta de ella lanzándose a renovar sus votos por el partido que les ha desvalijado las arcas públicas y cediéndoles la segunda posición a los responsables del lodo en el que nos hundimos, lo que es tanto como decir que aquí no ha pasado nada. Era tal el miedo que se había puesto en los riesgos de implantar en nuestro país una economía caribeña y un presidente en chándal, que reculamos a tiempo y abrazamos a los de siempre, como si no hubiera nada más, como si no hubiera nada de menos. Y ponga otra ronda, jefe, que esto ya casi no duele.
Aunque se diga, que se ha dicho, que estamos saliendo de la crisis económica, lo que nadie puede decir es que estemos saliendo de nuestra crisis mental. ¿Qué es lo que tiene que hacer o dejar de hacer un gobierno para que la respuesta de las urnas no vuelva a ser un resultado cantado? Efectivamente, hemos salido de la crisis si salir de la crisis consistía en convertirnos en un país más pobre y en acostumbrarnos a vivir allí abajo. A costa de muchos sacrificios, a costa de muchas vidas y a fuerza de mucha corrupción. Y nos volvemos a mirar atrás, si nos volvemos, y de nuevo le damos la mano a lo que nos trajo hasta aquí.
El ciudadano español debería saber que votar a un gobierno corrupto lo convierte en cómplice de corrupción. El voto no es un vómito de primera hora en una caja de metacrilato, es un reconocimiento y un acto de conformidad con lo que se vota. Que los andaluces hayan votado mayoritariamente al PSOE, con sus EREs y sus festines de media mañana revela que hemos convertido la corrupción en un pasatiempo para congresistas. Y, sí, hoy han sido los andaluces, pero mañana seremos todos los españoles, que, con nuestra intención de voto, seguimos colocando al PP a la cabeza de las listas con sus dobles contabilidades, sus cuentas en Suiza, sus privatizaciones, su gurtel, sus tarjetas negras, sus viajes de placer y su interminable sólo sé que no sé nada. No medimos lo que hacemos ni lo que estamos a punto de hacer. Parecía que habíamos comprendido que la corrupción, por un lado, o la limpieza en la gestión, por otro, debían ser los principales factores a tener en cuenta a la hora de regresar a los colegios electorales. Y, sin embargo, una vez más, incluso esta vez, no ha sido así ni tiene pinta de serlo.
En un país en el que no hay decisiones judiciales, debería haber decisiones populares, actos de conciencia, puñetazos en la mesa electoral. Pero, para nuestro particular consuelo, y como de forma muy reveladora nos hizo saber Cospedal inaugurando un mirador desde el que nada se veía, "la corrupción afecta a todos por igual" porque igual es colarse en un museo sin pagar que despilfarrar una millonada en pro de la construcción y desviar una buena parte por las cuentas del mundo. Así lo hemos entendido y, en nuestra inconsciente juventud democrática, hemos resumido estos cuarenta años como una larga emisión de PP y PSOE y viceversa que no termina de cautivar pero engancha. Digamos, pues, que la identificación de un país saqueado, desahuciado y cabreado con la panda de bandoleros que lo dirigen queda nuevamente probada y que la corrupción, la que fuera la segunda preocupación de los españoles según todas las encuestas, el primero y principal mal de nuestra política, existe porque nos gusta, existe porque la votamos y podría obedecer a una crisis mental asumida o a esa famosa fuga de cerebros que ya alcanza incluso a los que se quedan.
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