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Esta frase está sacada de una carta del presidente del Sudán del Sur, Salva Kiir Mayardit, que ha sido dada a conocer por la agencia de noticias Reuters. La misiva tiene como destinatarios a 75 antiguos y actuales altos cargos ministeriales que en su conjunto han sido acusados de haberse quedado la friolera de 4000 millones de dólares (unos 3.200 Millones de Euros)
Era un secreto a voces que muchos de los altos cargos del gobierno regional y local se habían enriquecido de manera desaforada tanto en los últimos años de la guerra civil como especialmente en el periodo de paz que ha seguido al acuerdo de paz de 2005.
Desde que se formó el gobierno autónomo del Sur Sudán, muchos de los dirigentes que estaban al frente tanto de ministerios como de administraciones regionales eran prominentes figuras del SPLA (Sudan Peoples' Liberation Army), militares en su gran mayoría asociados al movimiento rebelde desde su fundación en 1983 y que, aunque destacaron en el campo de batalla (incluso por su crueldad), no necesariamente eran lumbreras intelectuales y menos aún podían desempeñar de manera eficiente las tareas asociadas con cargos que requerían grandes habilidades administrativas y de gestión. El nepotismo y la corrupción han sido espectros cuyas sombras se han proyectado demasiado dentro del tejido administrativo de un joven país que apenas conoce una condena judicial por corrupción.
Durante estos años, alguno de ellos tuvo que abandonar su puesto cuando el desfalco era ya tan descarado y manifiesto como para poder continuar en el puesto. El resto, ha ido llenándose los bolsillos sin prisa pero sin pausa, tanto durante el periodo de autonomía como después de la independencia. Durante todos estos años, era paradójico que una región que producía petróleo a mansalva no terminaba de alzar el vuelo, al tiempo que dependía completamente de la ayuda internacional para poder poner en pie servicios básicos. Mientras tanto, Juba y otras urbes se llenaban de lujosos todoterreno Land Cruisers y de grandes mansiones construidas de un día a otro.
Lo que me parece peor de toda esta historia es que desde el final de la guerra civil, esta camarilla de dirigentes ha impedido por activa y por pasiva que miembros de la diáspora sursudanesa llegaran a formar parte del gobierno y les quitaran así la parte del pastel que según ellos les correspondía por su participación en la lucha armada. “¿Qué estabas haciendo tú mientras nosotros derramábamos nuestra sangre por el Sur Sudán? ¿disfrutando la vida en Canadá o en Australia mientras hacías tu doctorado?” Con expresiones así de humillantes se han despachado a cientos si no miles de sursudaneses que, después de vivir varios años en diferentes países como refugiados, querían volver a colaborar en la reconstrucción de su propio país. Estos dirigentes, defendiendo sus feudos y sus prebendas, hicieron lo imposible para evitar que personas mucho más preparadas demostraran su valía y los dejaran en evidencia a ellos que apenas podían encender un ordenador o hacer una planificación.
Ahora la bola de nieve ha crecido tanto que saltan las alarmas por todos lados y se hace pública una carta tan inaudita, especialmente en la cultura local donde normalmente a nadie se le pone públicamente en la picota de una manera tan clara.
El dinero que ha desaparecido supone 1/3 de los ingresos del petróleo desde el final de la guerra en el 2005 hasta el momento de la independencia en el 2011. Mientras tanto, una población sigue sufriendo pacientemente la falta de servicios básicos, una situación desesperada que se añade a las consecuencias de un conflicto larguísimo que se sigue sintiendo especialmente en pésimo nivel de los sistemas educativo y de salud, aparte de los problemas geopolíticos añadidos de la región.
La universal actitud del “ahora es nuestro turno de forrarnos” se cumplió una vez más y durante años abusó de la paciencia y del talante tan poco polémico como el del presidente Salva Kiir, el cual demanda públicamente de los corruptos dirigentes la devolución de todo lo robado, una tarea titánica donde las haya.
Ahora, en esta carta, el presidente apunta certera y lúcidamente a la raíz del problema:
“Luchamos por la libertad, la justicia y la equidad. Muchos de nuestros amigos murieron por conseguir estos objetivos. Sin embargo, una vez que llegamos al poder, nos olvidamos de aquello por lo que habíamos luchado y comenzamos a enriquecernos a expensas de nuestro pueblo. Lo que está ahora en juego es la credibilidad de nuestro gobierno”
Dentro de lo malo y negativo del tema, uno intenta por lo menos ver la parte positiva: me consuelo con el hecho de que haya un presidente africano en ejercicio que hablando sobre este tema deje de irse por las ramas y, en vez de sacar balones fuera esté dispuesto hablar claro y llamar a las cosas por su nombre. Por algo se empieza.