Vivimos en una época en la cual parece que todo se pueda publicitar, compartir o notificar. Casi todos, de una u otra manera, usamos las redes sociales y acostumbramos a colgar en ellas multitud de cosas, episodios de nuestra vida, la música que nos gusta y queremos compartir, fotos, una buena comida, vídeos e, incluso, las típicas frases con trasfondos del escritor de turno (reconozco que las de cierto escritor con apellido portugués son muy frecuentes), cadenas, mensajes tendentes a indignarnos por el sueldo de tal o cual político, y tantas y tantas cosas más.
Total, que parece que cualquiera de las actividades que hacemos sea susceptible de ser colgada, compartida, opinada o gustada. Del mismo modo que aquello que ha sucedido, si no se ha escrito, es cómo si no hubiera pasado, del mismo modo sucede hoy en día, “si no lo cuelgas, no lo has hecho”.
Todo esto no dejaría de ser una opinión personal sobre los efectos que la gran eclosión de las redes sociales ha provocado en las relaciones humanas si no fuera porque, y de manera cada vez más radical, el ansia de colgar en ellas cosas a cualquier precio a veces pueda provocar accidentes, violencia o víctimas diversas.
Ya hace un tiempo que todos nos escandalizamos cuando pudimos ver en la red a un niñato conduciendo su coche desde el asiento del copiloto mientras grababa su “proeza”, o cuando alguien sufrió un accidente queriéndose hacer una “selfie” desde un lugar imposible. Hasta el mundo del crimen usa las redes para colgar sus monstruosidades, conscientes del escándalo e indignación que nos provocarán con sus imágenes, más que con cualquier otro sistema de propaganda y difusión más “tradicional”.
Recientemente, un vídeo donde otro niñato agredía de manera gratuita a una pobre mujer en plena Diagonal, haciéndola caer y causándole un esguince ha encendido las redes. Y ha sido precisamente la indignación de la red y la colaboración de sus usuarios lo que ha permitido encontrar al causante en tiempo récord; todo ello no deja de tener cierta ironía, el mismo medio que permite publicitar nuestra vida permite tanto publicitar una agresión como encontrar a su culpable.
Porque, no nos engañemos, estamos mucho más controlados de lo que imaginamos. Hace pocos días, me quedé asombrado al ver cómo la persona que yo me acababa de agregar al whatsapp me aparecía en primer lugar en las sugerencias de nuevas amistades del Facebook, también cuando un buen amigo me comentó que la propaganda que le salía en el Facebook estaba directamente relacionada con sus últimas búsquedas en los navegadores. Todo ello es como en la gran novela de ciencia-ficción de George Orwell, “1984”, aquélla en la que se inventó aquello del “Gran Hermano” que lo controlaba todo, sólo que en versión cibernética y, lo que es más grave, terriblemente real.
Y digo yo, ¿nos hemos vuelto locos? ¿Todo vale y todo se puede colgar en la red?, ¿ o quizás es porque la red nos da aquella capacidad de relación que las relaciones tradicionales no nos pueden dar? Ya tenía razón aquel que dijo que en la Red había todo el bien y todo el mal y que era decisión nuestra escoger una cosa u otra. Personalmente, prefiero usarla empleando el Sentido Común, pero ya sabemos aquello que dicen del Sentido Común, ¡que precisamente es lo menos común de los sentidos!