Dalí, el de la voz aceitunada.
Me asombra la tranquilidad del cambio de año. Me refiero a mi tranquilidad, la interna, visto lo visto los últimos años. Así que a día de hoy soy una observadora de mí misma más que una sufridora. Y eso está bien. Observo que he empezado el año terminando un libro escrito por Dalí, el único completo de ficción suyo, Los rostros ocultos. Observo que también lo he empezado visionando Recuerdos de un porvenir (Le souvenir d’un avenir, 2001) de Chris Marker que justamente empieza con una obra de Dalí. Algo violento, oscuro, turbio, extraño ha llegado a mí y para hacerle frente, también he observado que he llegado a una canción suave, melancólica y cercana.
Denise Bellon y Chris Marker entre el pasado y el futuro.
En Rostros ocultos me ha maravillado la capacidad para expresar el detalle, para hilar adjetivos que forman un tapiz de un grupo social de comportamientos tan maquiavélicos que parecen surrealistas como no podía ser de otra manera. Un grupo antes, durante y después de la Segunda Guerra Mundial que se pasea por París, África y EEUU. Relato extremo como no podía ser de otra manera por ser Dalí quien lo relata, que me ha producido cierto rechazo por la miseria moral, por la amistad y el amor valorados por la sumisión, por los valores sociales y relaciones sociales que andan pisoteados, por los rostros corruptos ocultos real y metafóricamente.
Surrealismo puro.
Los surrealistas enmascarados.
Aún con esa sensación de maquiavelismo que bien proclama el título de la novela, miro el primer fotograma de la obra de Chris Marker a partir de las fotografías de Denise Bellon. Ese primer fotograma, esa primera fotografía de la obra Taxi lluvioso de Dalí, es el rostro de una mujer, de una muñeca cubierta con caracoles gigantes que le han baboseado todo el rostro a pesar de la lluvia. Caracoles que también salen en su novela. Además, el último fotograma de la película de Marker es la del grupo surrealista enmascarado así como también la última palabra que escuchamos: “El grupo al completo posa con la gravedad efímera de una foto de clase. Y a pesar de todo, vuelven a ser proféticos. La historia de finales de siglo será la de sus máscaras”. Mi sensación se confirma con las palabras de André Breton que la voz en off nos comunica al comienzo de la película:”Todo desde entonces resultó demasiado profético, demasiado justificado a los ojos de la sombra, lo sofocante o lo turbio”
La melancolía de Celentano.
La melancolía de Françoise.
La Exposición Surrealista de 1938 donde Taxi lluvioso causó furor se inauguró en enero. Hoy es enero y lo que veo y escucho no tiene claridad por mucho que me interese, así que me llegan otros eneros clarificadores, melancólicos, sí pero más humanos. Porque en enero nacieron Adriano Celentano y Françoise Hardy que me ofrecen una canción. Me ofrecen la misma canción solo que el primero es quién la compuso en italiano y la segunda quien la cantó en francés y fue la primera versión que conocí.
El año de la melancolía.
Y me devuelve la tranquilidad del papel de observadora. La historia de la canción es la de la infancia dejada atrás, el hogar que fue otro y estuvo en otro lado, la vida que ha ido a mejor pero que nunca será la de los principios. Melancolía pura pero para nada turbia. Enero se merece claridad y yo también. La canción se llama Il ragazzo della via Gluck. Françoise Hardy vio la actuación de Celentano cantando esta canción en San Remo, también se emocionó y se reconoció en ella. En el mismo año, en 1966 ella la versionó. Esa canción se llama La maison où j’ai grandi.