"Franco va a reventar. Olé" Portada de 1974 de Charlie Hebdo
Empecé el año en París y he vuelto (una vez más) fascinada por la ciudad de la luz, a pesar del frío, de la masificación navideña y de los exorbitantes precios de todo. París es un símbolo para todos los occidentales. Para los americanos es la capital de Europa. Para los europeos es la imagen de la libertad - lo de la igualdad y la fraternidad, no lo tengo ya tan claro- pero lo que no se puede dudar es que sin la revolución francesa que se fraguo en sus calles hoy no seríamos como somos. Por eso, los atentados de la semana pasada duelen como si hubiesen sido en casa, porque no deja de ser una afrenta a nuestra forma de hacer las cosas.
Me había dicho que no iba a escribir sobre esto, porque me daba pereza -ya he discutido con unos cuantos por este tema- y porque últimamente no se habla de otra cosa, y al final, cuando se manosea tanto algo acaba insípido como un chicle al cabo de media hora de masticarlo. Y me da rabia. Creo que la cosa da de sí y tiene suficiente importancia como para que no pierda el sabor, y la fuerza. La terrible irrupción de unos asesinos en la redacción de la revista francesa Charlie Hebdo se saldó con 12 muertos y cuatro heridos, y ha provocado reacciones de diversos tipos y con muchas aristas.
Lo primero, la torticera e ignorante asimilación del terrorismo islamista con Islam en general y con lo musulmán en particular. Quien mata en nombre del Islam, no lo representa. Hay millones de musulmanes pacíficos que lo censuran. Después fue la solidaridad generalizada hacia las victimas por parte del mundo occidental y de gran parte del oriental con las consabidas soflamas de 'Je Suis Charlie' que también han generado controversia. Y esto es lo que más me interesa.
Se ha presentado el tiroteo del pasado miércoles como un atentado a la libertad de expresión, la muerte como método definitivo de censura y muchos han usado el 'Je Suis Charlie' como protesta contra esa libertad de expresión herida. De ahí han surgido algunas voces que critican dicha iniciativa porque no se identifican con la revista satírica, a la que acusan de blásfemo, xenófoba, de colonialista y de incitar al odio. Otros en cambio, defienden la revista como un medio de humor valiente y transgresor que se atreve a reirse de lo que nadie más se ríe. Y ahí va la cuestión, ¿hay que poner límites al humor? ¿qué clase de límites?
Reconozco que no he sido una gran seguidora de Charlie Hebdo, y ha sido ahora cuando me he puesto a repasar sus contenidos gráficos para descubrir que cargan contra tó quisqui (cristianos, judíos, franceses, americanos, árabes, españoles...) y que al hacerlo así, sin tapujos e indiscriminadamente habitualmente ofenden. Es lo que tiene el humor negro, practicado aquí por revistas con solera, como El Jueves, y otras más recientes, como Mongolia o El Mundo Today. A veces me hacen gracia, otras me parece que rozan el mal gusto y alguna incluso me he sentido ofendida... Pero, ¿habría que restringir este tipo de publicaciones? ¿acotar el humor?
Es complejo, pero yo creo que no... siempre que haya un motivo. Creo que el riesgo de la ofensa no puede ser gratuito, que satirizar forma parte de nuestra forma de ser, que reirse de las cosas es una muestra de progreso, de avance, de inteligencia... Hace poco me dolió lo que creí una burla hacia alguien a quién aprecio mucho, y ese alguien me dio una lección ya que lejos de ofenderse, se rió. Y es que la risa es el mejor mecanismo contra el miedo. Y el más natural.