“El escritor sólo empieza el libro. El lector lo termina.”(Samuel Johnson, 1709-1784)
Hace unos días comentaba con un amigo algunos aspectos de El guardián entre el centeno, la mítica novela de J. D. Salinger, y hablamos en especial del significado simbólico del campo de centeno imaginado por Holden Caufield, protagonista de la historia.
J. D. Salinger
Esto me llevó después a meditar un poco sobre lo difícil que es a veces llegar al significado profundo de las obras literarias; no quedarnos en la superficie, en lo que leemos, sino dar una interpretación a lo que el autor nos dice cuando nos lo dice de manera indirecta.Esto, por cierto, se da con frecuencia en las historias que tienen un carácter fantástico, irreal o sobrenatural, y creo que esa dificultad para atravesar la superficie del texto, para desentrañar su posible sentido implícito, es lo que hace que tantas veces la literatura de fantasía, en todas sus variantes, sea considerada poco seria y de menor categoría que la literatura realista.No hace mucho comentamos aquí algo a este respecto.
El escritor tiene una forma propia de ver el mundo, la vida y al ser humano, y esa visión, esa forma personal de concebir el mundo, es lo que nos transmite en sus obras, mediante sus historias y los personajes que habitan en ellas. Y los lectores, claro está, también tenemos nuestra propia concepción de las cosas, que se va construyendo según nuestras experiencias, conocimientos, entorno cultural, etc. Por eso, cuanto mayor sea la distancia cultural o emocional entre el autor y el lector, más difícil nos resultará captar los significados y las intenciones que se ocultan tantas veces en la escritura.
Henry James (por
John Singer Sargent, 1913)
Por ejemplo, la ambigua y compleja novela Otra vuelta de tuerca, de Henry James, es un ejemplo paradigmático de esa literatura que da pie a múltiples interpretaciones. Podemos leerla como una historia de fantasmas sin más, en la que los espíritus de dos amantes perversos, anteriores habitantes de la casa, acosan a la institutriz y, al parecer, también a los dos niños que tiene a su cargo. También podemos hacer una lectura freudiana y llegar a la conclusión de que tales fantasmas no existen más que en la mente de la institutriz, quien, tal vez traumatizada por una represión sexual, cree que los niños sufrieron alguna clase de abuso por parte de los amantes fallecidos, que quieren ahora apoderarse de sus almas. O podemos decidir que los fantasmas no son tales, sino dos personas de carne y hueso que merodean por los alrededores de la casa con determinadas intenciones, y a las que la institutriz, por su inestabilidad psicológica e influida por la historia de los amantes fallecidos, ve como los espíritus de éstos.
The Innocents (Suspense), adaptación de
Otra vuelta de tuerca (Jack Clayton, 1961).
Por lo tanto, cada lector podrá interpretar y entender la misma historia de una manera diferente, o de varias maneras simultáneas.
Pero esto no quiere decir, claro está, que cualquier interpretación de una obra sea válida; que el significado de una obra dependa del capricho o la imaginación de los lectores. Para que una interpretación sea válida y se pueda considerar correcta ha de estar fundamentada en la propia obra, ha de responder a la historia, es decir, ha de ser coherente con el contexto de la obra y poder justificarse en sus detalles.Yo creo que tan atractivo resulta el desentrañar los secretos de una obra como el hecho en sí de que ésta dé lugar a diferentes interpretaciones. Que podamos darle algo nuestro a una historia, haciéndola así más nuestra. Y que podamos apreciar el interés de todas las interpretaciones posibles y admirarnos de la habilidad del autor para crear esa riqueza argumental que sugiere, insinúa, evoca e invita a meditar.