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Nosotros lo terminamos

Publicado el 17 noviembre 2015 por Angeles

“El escritor sólo empieza el libro. El lector lo termina.”(Samuel Johnson, 1709-1784)
Hace unos días comentaba con un amigo algunos aspectos de El guardián entre el centeno, la mítica novela de J. D. Salinger, y hablamos en especial del  significado simbólico del campo de centeno imaginado por Holden Caufield, protagonista de la historia.

Nosotros lo terminamos

J. D. Salinger

Esto me llevó después a meditar un poco sobre lo difícil que es a veces llegar al significado profundo de las obras literarias; no quedarnos en la superficie, en lo que leemos, sino  dar una interpretación a lo que el autor nos dice cuando nos lo dice de manera indirecta.
Esto, por cierto, se da con frecuencia en las historias que tienen un carácter fantástico, irreal o sobrenatural, y creo que esa dificultad para atravesar la superficie del texto, para desentrañar su posible sentido implícito, es lo que hace que tantas veces la literatura de fantasía, en todas sus variantes, sea considerada poco seria y de menor categoría que la literatura realista.No hace mucho comentamos aquí algo a este respecto.
El escritor tiene una forma propia de ver el mundo, la vida y al ser humano, y esa visión, esa forma personal de concebir el mundo, es lo que nos transmite en sus obras, mediante sus historias y los personajes que habitan en ellas. Y los lectores, claro está, también tenemos nuestra propia concepción de las cosas, que se va construyendo según nuestras experiencias, conocimientos, entorno cultural, etc.  Por eso, cuanto mayor sea la distancia cultural o emocional entre el autor y el lector, más difícil nos resultará captar los significados y las intenciones que se ocultan tantas veces en la escritura.

Nosotros lo terminamos

Henry James (por
John Singer Sargent, 1913)

Es posible, por supuesto, que el autor no haya pretendido conscientemente dar a su texto una intención o una carga simbólica determinada. Puede que seamos nosotros, los lectores, quienes encontremos un simbolismo, una relación entre conceptos, que el autor no perseguía o que otros lectores no perciben.

Por ejemplo, la ambigua y compleja novela Otra vuelta de tuerca, de Henry James, es un  ejemplo paradigmático de esa literatura que da pie a múltiples interpretaciones. Podemos leerla como una historia de fantasmas sin más, en la que los espíritus de dos amantes perversos, anteriores habitantes de la casa, acosan a la institutriz y, al parecer, también a los dos niños que tiene a su cargo. También podemos hacer una lectura freudiana y  llegar a la conclusión de que tales fantasmas no existen más que en la mente de la institutriz, quien, tal vez traumatizada por una represión sexual, cree que los niños sufrieron alguna clase de abuso por parte de los amantes fallecidos, que quieren ahora apoderarse de sus almas. O podemos decidir que los fantasmas no son tales, sino dos personas de carne y hueso que merodean por los alrededores de la casa con determinadas intenciones, y a las que la institutriz, por su  inestabilidad psicológica e influida por la historia de los amantes fallecidos, ve como los espíritus de éstos.

Nosotros lo terminamos

The Innocents (Suspense), adaptación de
 Otra vuelta de tuerca (Jack Clayton, 1961).

Además de todas estas posibilidades, y sin renunciar a ninguna de ellas, a mí personalmente me resulta interesante la idea de que en la novela subyace también una denuncia de la situación de desprotección personal y económica, de soledad, aislamiento e incluso maltrato psicológico, que sufrían las institutrices en la Inglaterra victoriana; situación que las llevaba en muchas ocasiones a la neurosis, las obsesiones, la pérdida de contacto con la realidad… No sé si Henry James tuvo esa intención de denuncia, pero teniendo en cuenta el contexto histórico y social en que se escribió, la propia historia me sugiere esta posibilidad; y me satisface, porque le añade un valor más a la obra y le da  una dimensión más trascendental.

También me gusta pensar que lo que pretendió James, como cualquier autor que introduce en su obra elementos simbólicos, alegóricos o metafóricos, fue precisamente escribir un relato ambiguo para que los lectores la terminasen. 

Por lo tanto, cada lector podrá interpretar y entender la misma historia de una manera diferente, o de varias maneras simultáneas. 

Pero esto no quiere decir, claro está,  que cualquier interpretación de una obra sea válida; que el significado de una obra dependa del capricho o la imaginación de los lectores. Para que una interpretación sea válida y se pueda considerar correcta ha de estar fundamentada en la propia obra, ha de responder a la historia, es decir, ha de ser coherente con el contexto de la obra y poder justificarse en sus detalles.
Yo creo que tan atractivo resulta el desentrañar los secretos de una obra como el hecho en sí de que ésta dé lugar a diferentes interpretaciones. Que podamos darle algo nuestro a una historia, haciéndola así más nuestra. Y que podamos apreciar el interés de todas las interpretaciones posibles y admirarnos de la habilidad del autor para crear esa riqueza argumental que sugiere, insinúa, evoca e  invita a meditar. 
Nosotros lo terminamos

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