Revista Opinión

Nosotros, los de entonces

Publicado el 15 junio 2021 por Manuelsegura @manuelsegura
  • Nosotros, los de entonces

Supongo que seremos muchos los que afrontaremos con vértigo que, en apenas unos pocos años, engrosemos en eso que antes llamaban en nuestro país las clases pasivas. Sí, los que formamos parte de aquella generación del ‘baby boom’, los nacidos en la década de los sesenta del siglo pasado, estamos a las puertas de la jubilación. Quizá por eso sea momento de volver la vista atrás y hacer balance de cómo llegamos hasta aquí.

Dicen que todo ocurrió cuando la buena gente de este país nuestro pudo comenzar a sacar la cabeza tras una cruenta Guerra Civil, una posguerra no menos dura y unos años de tránsito en blanco y negro que desembocaron en aquella década que comenzó a ser dorada para nuestros padres. Nosotros, que en muchos casos somos hijos de hombres que precisaban dos trabajos para alimentar las bocas que tenían en casa, y que sabían muy bien el significado de la palabra sacrificio porque venían de los años más oscuros. O de madres abnegadas que nos cuidaban con el celo propio de aspirar a que fuéramos mucho más felices que cuando tenían nuestra edad, y que nos alimentaban y vestían como nunca ellas pudieron hacerlo. Esas madres que sabían perdonar, porque creían que habían venido al mundo para eso, y a las que encandilaba escuchar la voz aterciopelada de Luis Mariano por la radio.

En aquellos años, donde las bicicletas no solo eran para el verano, al menos en el pueblo, donde las escuelas públicas aún conservaban esos viejos pupitres de madera, con el agujero para el tintero aunque ya escribiéramos con bolígrafo; en los que a los maestros todavía se les llamaba así porque, en solo una tarde, imbuidos por su sabiduría, te podían enseñar más que Google en una semana, armados con su palabra y su probada vocación docente.

Porque tener un hijo en aquellos años no era comprar un ramo de rosas, como tiempo atrás nos había dejado escrito García Lorca. Quizá es que veníamos de un tiempo en el que los ricos tenían más dinero, y los pobres más niños. Y en el que el simple hecho de tener hijos no convertía a muchos en padres, como tener en casa un piano no convierte a nadie en pianista si no aprende a tocarlo. Esos consejos paternales en la juventud que nosotros interpretábamos como un impedimento que nos ponían para ser jóvenes, cuando quizá no fueran más que retazos de sabiduría. Y una época en la que nuestros padres no nos juzgaban con tanta severidad como luego nosotros los hemos juzgado con la experiencia y la perspectiva que nos otorga el paso del tiempo. 

Ese vértigo de ver pasar tu vida y de volver la mirada hacia las ausencias. Y de escudriñar si todo ha merecido la pena. Si fuiste justo o dejaste en el camino a gente que posiblemente no se lo merecía. Que no es el final, pero sí es un mientras tanto. Que de poco te ha servido el propósito de enmienda. Que igual te equivocabas pensando obsesionado en el mañana y dejando a un lado el hoy. Que nos pasamos media vida existiendo en lugar de viviendo. Que seguro tenía razón Eduard Punset cuando dijo aquello de que había vida antes de la muerte. Que, al final, todo consistía en seguir adelante. Que en nuestro arco iris habría que incluir siempre el color negro. Que no hay nada más saludable que vivir con la dignidad propia que te permita poder mirar a la cara a alguien y mandarlo al carajo si se tercia. Y que somos nosotros, los de entonces, aunque ya no seamos los mismos, como sentenciaron los versos incandescentes del mejor Neruda.

[‘La Verdad’ de Murcia. 15-6-2021]


Volver a la Portada de Logo Paperblog